30 diciembre 2007
La plaza y los disfraces
Un grupo de meztizos ecuatorianos disfrazados de "indios norteamericanos", vistos por una tropa de curiosos alucinados con la "autenticidad" del sentimiento indígena. Le llevaba la performance: venta de cds, sombrerito para las monedas, rogativas al sol, la luna, boinas, poleras, camaras de foto, de video, subbúfer, micrófonos, niños, niñas, mujeres,hombres, punks, emos. Varios de nosotros estábamos hediondos ya por el calor, en esa tarde veraniega de Coyhaique.
27 diciembre 2007
El alma del angelito
En las puertas del cementerio,
un eterno llanto vegetal
estremeció el alma del angelito.
...un abrazo a Cristian Warnken para apaciguar esa pena negra por la partida de Clemente.
un eterno llanto vegetal
estremeció el alma del angelito.
...un abrazo a Cristian Warnken para apaciguar esa pena negra por la partida de Clemente.
26 diciembre 2007
17 diciembre 2007
05 diciembre 2007
Llevo quebrada la cintura
Llevo quebrada la cintura. Y camino por el paisaje bucólico como si nada realmente fuera a pasar. Arrastro la necesidad de llorar, pero no conozco los motivos. Se me han esfumado los motivos dejando sólo el llanto adherido. Eso que llamo ausencia, que siempre llamé ausencia, es la nostalgia de la memoria.
Llevo quebrada la cintura y se me escapan desde allí todos los recuerdos que atesoraba entre los genes embrutecidos por el alcohol y la violencia. Mastico un grito ancestral y no encuentro lugar para vomitar el llanto que le acompaña. Simplemente camino un día más por el paisaje congelado y triste que elegí para hundir mi semilla y aquel grito que la acompaña.
29 noviembre 2007
Sin título
Incluida la maldad en el azul de la memoria
Todo lo exiguo avanza con esfuerzo
Principia desde las axilas el silencio
caminata en espiral sobre la historia
Todo lo exiguo avanza con esfuerzo
Principia desde las axilas el silencio
caminata en espiral sobre la historia
14 octubre 2007
El Megaproyecto que amenaza parte del Patrimonio Cultural del sur de Aisén
Desde el 2001, hemos estado realizando un catastro de sitios funerarios en la Región de Aisén, bajo la premisa que se trata de un patrimonio cultural material que debemos conocer y recuperar. El 2005, identificamos varios cementerios familiares en las riberas del río Baker; y otros tantos sitios dedicados a la religiosidad popular como las animitas y ermitas religiosas.
Algunos de estos lugares están amenazados por la intención de las empresas Endesa España y Colbún (chilena) de represar en 2 sectores el río Baker (aparte de las 3 represas que quieren hacer en el río Pascua).
El 2006, me invitaron a participar de uno de los estudios de impacto ambiental, específicamente al de Patrominio Cultural, que Endesa España había encargado a la Universidad Bolivariana de Santiago de Chile. En aquella oportunidad, descubrimos nuevos cementerios familiares que estarían potencialmente amenazados por los espejos de agua que se crearían una vez instalados los muros.
Aunque este impacto puede evaluarse como menor, en relación con impactos más dramáticos como el aumento exponencial de población con los miles de trabajadores que llegarían para la etapa de construcción trayendo nuevos estilos de vida (hablo de impactos socioculturales y estoy simplificando, circunscribiéndome a mi ámbito de conocimiento y cuidando no ser tan latero con esta entrada), me parece que debemos tenerlo muy presente. Estos sitios no sólo son importantes para los familiares de las personas allí sepultadas. Son importantes para la memoria histórica de Patagonia, tienen un valor simbólico para todo aquel que visite o viva en este territorio, se trata de los restos de aquellos que antes que nosotros convivieron con el Baker, lucharon por abrirse paso entre los bosques y se instalaron desarrollando la particular forma de vida que todos ahora valoramos y defendemos desde las perspectivas más conservadoras y regionalistas hasta las más cosmopolitas y con ansias de exotismo puro.
En la Confluencia del Nef y el Baker, en El Maitén, sector La Balsa, Colonia Norte y Sur, Los Ñadis, hay seres humanos sepultados, hay memoria histórica que está en peligro de desaparecer bajo millones de metros cúbicos de agua artificialmente embalsada.
El supuesto beneficio país de este megaproyecto (muy discutible por lo demás), no puede valer más que este patrimonio cultural, expresión de la presencia humana en esta región del planeta.
11 octubre 2007
08 octubre 2007
28 septiembre 2007
14 septiembre 2007
ESOS SEPTIEMBRES CON HILO CURADO
http://henryprat.club.fr/Volantines.html
A principios de septiembre (en esos años de infancia feliz) observaba cómo mis primos mayores se organizaban para competir en el barrio, casa a casa, cuadra a cuadra, pobla contra pobla. Lo primero era preparar los volantines. Cuando lograban llenar una caja y dejaban algunos “pavos” sobre la mesa, venía la etapa de preparar el hilo curado. Para eso habían juntado durante los meses anteriores botellas de “120” (lo que tomaba el tío tito) y vasos saltados o trizados. Sobre una piedra plana y de superficie alisada por el uso, mi primo molía pacientemente el vidrio resultante de la quebradera de botellas y vasos en la que participábamos todos, porque era una competencia de destreza: apedrear botellas desde unos 10 metros de distancia. El que quebraba más botellas ganaba toda la plata de los demás. El segundo, era merecedor de lo que al primero se le ocurriera comprarle y el tercero o último, recibía dos patadas en la raja de esas que no se olvidan más.
Los trozos de vidrio caían en un recipiente metálico rectangular, del que luego eran extraídos pequeños montones, para molerlos con una piedra en forma de uslero y finalmente el polvillo, entre verde y blanco, iba a parar a un tarro lleno de cola a punto de hervir sobre una pequeña fogata debajo del parrón. La mazamorra se tenía que revolver para lograr un caldo espeso, mas no gelatinoso. Este líquido era vertido después en otro tarro que en la zona del centro tenía dos orificios por donde se había introducido la punta del hilo –del número 0- amarrándola después al carrete de competición. Una vez llenado el tarro con el caldo, mi primo comenzaba a recoger el hilo lentamente, para que se impregnara de vidrio encolado. A mí me tocaba estar atento a tomar la punta final del hilo para anudarla con el hilo del carrete siguiente. Esta operación la realizábamos hasta llenar unos dos carretes de competición.
Las competencias se efectuaban todas las tardes, a la hora en que los viejos dormían y las señoras descansaban después de lavar los platos del almuerzo. El sol comenzaba a bajar, pero aún molestaba cuando el viento tomaba dirección hacia el oeste. En las calles se juntaban grupos de niños, premunidos de cañas, varillas y cuchillas a la espera de volantines a la deriva. Al grito de ¡Ahí va un cortado! todos corrían, saltaban cercos, escalaban paredes, subían a los árboles, trepaban postes de luz a la siga del volantín que vagaba como una pluma cuadrada...
Se sabía que aquel volantín que más tardes seguidas durara en el cielo, contando una semana completa, tendría como recompensa elevarse para el 18 en las competencias del Parque, y sus dueños gozarían de prestigio y respeto hasta la próxima temporada de volantines. Una vez fue mi primo el que logró la hazaña. Y era increíble cómo la fama se extendía a todos nosotros. Cuando acudíamos al negocio de la esquina, nos preguntaban como iba la escuela, qué equipo nos gustaba, si ya teníamos polola y cosas por el estilo. En la panadería salíamos siempre con galletas o pasteles de regalo y en la feria, las niñas se daban vuelta para observar a los chicos del volantín rojinegro. Efraín aprovechaba de aconsejarme: disfruta primo, porque es un año no más de fama. El próximo tendremos que volver a pelear por ella. Ese año tuve al menos 3 pololas y varios encuentros cercanos. Mi primo Efraín desaparecía casi todos los fines de semana y llegaba con una extraña sonrisa el domingo, mezcla de copete y amor.
El 18 de la fama nos levantamos temprano, desayunamos y preparamos nuestras cosas para la competencia. Los carretes, el volantín campeón del barrio envuelto en un cartón, junto a algunos otros que nos servirían para entretenernos mientras se esperaba el turno para competir, los guantes y un poco de plata para la micro, las empanadas, los anticuchos y las bebidas.
Nuestro volantín rojinegro, no alcanzó a durar una hora en los cielos del parque O´higgins. Se fue cortado luego de una dura disputa con un volantín verde y amarillo, con círculos del mismo color en contraste. Era imponente en verdad y sus dueños, que venían de la “Santa Julia” tenían fama de eximios volantineros.
Recuerdo que no nos importó mucho la efímera pasada por el parque. Teníamos la fama en el barrio y la disfrutaríamos el resto del año. En lo que quedaba de la temporada, ganamos plata vendiendo hilo curado. Venían de Lo Hermida, de Macul abajo, de La Villa. Había corrido la voz, desde la Santa Julia, que a los que nos ganaron les costó harto y casi se vieron perdidos. Todos querían probar el hilo, saber la receta para su preparación incluso. Y nosotros nada, porque Efraín nos había exigido que guardáramos el secreto.
Los trozos de vidrio caían en un recipiente metálico rectangular, del que luego eran extraídos pequeños montones, para molerlos con una piedra en forma de uslero y finalmente el polvillo, entre verde y blanco, iba a parar a un tarro lleno de cola a punto de hervir sobre una pequeña fogata debajo del parrón. La mazamorra se tenía que revolver para lograr un caldo espeso, mas no gelatinoso. Este líquido era vertido después en otro tarro que en la zona del centro tenía dos orificios por donde se había introducido la punta del hilo –del número 0- amarrándola después al carrete de competición. Una vez llenado el tarro con el caldo, mi primo comenzaba a recoger el hilo lentamente, para que se impregnara de vidrio encolado. A mí me tocaba estar atento a tomar la punta final del hilo para anudarla con el hilo del carrete siguiente. Esta operación la realizábamos hasta llenar unos dos carretes de competición.
Las competencias se efectuaban todas las tardes, a la hora en que los viejos dormían y las señoras descansaban después de lavar los platos del almuerzo. El sol comenzaba a bajar, pero aún molestaba cuando el viento tomaba dirección hacia el oeste. En las calles se juntaban grupos de niños, premunidos de cañas, varillas y cuchillas a la espera de volantines a la deriva. Al grito de ¡Ahí va un cortado! todos corrían, saltaban cercos, escalaban paredes, subían a los árboles, trepaban postes de luz a la siga del volantín que vagaba como una pluma cuadrada...
Se sabía que aquel volantín que más tardes seguidas durara en el cielo, contando una semana completa, tendría como recompensa elevarse para el 18 en las competencias del Parque, y sus dueños gozarían de prestigio y respeto hasta la próxima temporada de volantines. Una vez fue mi primo el que logró la hazaña. Y era increíble cómo la fama se extendía a todos nosotros. Cuando acudíamos al negocio de la esquina, nos preguntaban como iba la escuela, qué equipo nos gustaba, si ya teníamos polola y cosas por el estilo. En la panadería salíamos siempre con galletas o pasteles de regalo y en la feria, las niñas se daban vuelta para observar a los chicos del volantín rojinegro. Efraín aprovechaba de aconsejarme: disfruta primo, porque es un año no más de fama. El próximo tendremos que volver a pelear por ella. Ese año tuve al menos 3 pololas y varios encuentros cercanos. Mi primo Efraín desaparecía casi todos los fines de semana y llegaba con una extraña sonrisa el domingo, mezcla de copete y amor.
El 18 de la fama nos levantamos temprano, desayunamos y preparamos nuestras cosas para la competencia. Los carretes, el volantín campeón del barrio envuelto en un cartón, junto a algunos otros que nos servirían para entretenernos mientras se esperaba el turno para competir, los guantes y un poco de plata para la micro, las empanadas, los anticuchos y las bebidas.
Nuestro volantín rojinegro, no alcanzó a durar una hora en los cielos del parque O´higgins. Se fue cortado luego de una dura disputa con un volantín verde y amarillo, con círculos del mismo color en contraste. Era imponente en verdad y sus dueños, que venían de la “Santa Julia” tenían fama de eximios volantineros.
Recuerdo que no nos importó mucho la efímera pasada por el parque. Teníamos la fama en el barrio y la disfrutaríamos el resto del año. En lo que quedaba de la temporada, ganamos plata vendiendo hilo curado. Venían de Lo Hermida, de Macul abajo, de La Villa. Había corrido la voz, desde la Santa Julia, que a los que nos ganaron les costó harto y casi se vieron perdidos. Todos querían probar el hilo, saber la receta para su preparación incluso. Y nosotros nada, porque Efraín nos había exigido que guardáramos el secreto.
Cementerio Cerro Castillo, comuna de Río Ibáñez
VII
Los muertos que “habitan” el pequeño cementerio de Villa Cerro Castillo o más precisamente del valle medio del Río Ibáñez, descansan “mirando” hacia el este y el imponente Cerro se alza a sus espaldas. Para nosotros, ellos miran un paisaje deslucido, alejado de la maravilla. Ese paisaje no es el que a tantos extasía: castillo medieval a veces nevado, a veces en toda su abundancia pétrea. No, ellos observan cada mañana la salida del sol, observan la luz en alza durante el día. Observan digo, cómo se alumbra su total oscuridad. Y ninguno de los que aún viven rompe esta tradición en la postura de sus muertos. Quizás por eso este cementerio conserva tanta paz en sus adentros.
La atmósfera de este valle es un paréntesis en la continuidad vertebral de la carretera. Y su cementerio comparte esa atemporalidad geográfica. O más bien esa mixtura de tiempos sobre el paisaje. Profundos cursos de agua a un lado, bosques muertos en un cementerio natural e inundado. Grandes bloques redondeados por hielos que cuesta imaginar en movimiento. Y una comunidad que vive silenciosa y digna entre cerros, criando animales, cortando leña y enterrando a sus muertos con devoción.
Varias veces he detenido la marcha en este lugar. Como si escuchara el rumor de todos los que por aquí han transitado. ¿Es el río, las arboledas meciéndose o definitivamente cientos de voces que murmuran constantemente que por aquí han pasado?
Pero decide uno seguir, a fuerza de otras visitas, de otras imágenes que recoger, de otros muertos con los que conversar en silencio, no sin antes saludarles cualquier tarde, entre chochos de colores furiosos por allí, en algún pueblo de Patagonia.
Los muertos que “habitan” el pequeño cementerio de Villa Cerro Castillo o más precisamente del valle medio del Río Ibáñez, descansan “mirando” hacia el este y el imponente Cerro se alza a sus espaldas. Para nosotros, ellos miran un paisaje deslucido, alejado de la maravilla. Ese paisaje no es el que a tantos extasía: castillo medieval a veces nevado, a veces en toda su abundancia pétrea. No, ellos observan cada mañana la salida del sol, observan la luz en alza durante el día. Observan digo, cómo se alumbra su total oscuridad. Y ninguno de los que aún viven rompe esta tradición en la postura de sus muertos. Quizás por eso este cementerio conserva tanta paz en sus adentros.
La atmósfera de este valle es un paréntesis en la continuidad vertebral de la carretera. Y su cementerio comparte esa atemporalidad geográfica. O más bien esa mixtura de tiempos sobre el paisaje. Profundos cursos de agua a un lado, bosques muertos en un cementerio natural e inundado. Grandes bloques redondeados por hielos que cuesta imaginar en movimiento. Y una comunidad que vive silenciosa y digna entre cerros, criando animales, cortando leña y enterrando a sus muertos con devoción.
Varias veces he detenido la marcha en este lugar. Como si escuchara el rumor de todos los que por aquí han transitado. ¿Es el río, las arboledas meciéndose o definitivamente cientos de voces que murmuran constantemente que por aquí han pasado?
Pero decide uno seguir, a fuerza de otras visitas, de otras imágenes que recoger, de otros muertos con los que conversar en silencio, no sin antes saludarles cualquier tarde, entre chochos de colores furiosos por allí, en algún pueblo de Patagonia.
09 septiembre 2007
Tumba aislada conocida como “La Chonka”. Carretera austral, comuna de Tortel
VI
En una tierra modelada por la lluvia, descansaba la Chonka. Estaba triste cuando hallamos la empalizada. Y aunque no sintió nuestra curiosidad viva a cada paso entre el tupido bosquete que iba a enjugarse en el caudal silente del Baker, temo que supo de estas fotografías y nada podía hacer con su imagen humedecida. Solo el ciprés que la cercaba le sobrevivía, trayéndola con la crudeza de la soledad más radical hasta nuestras almas de niños curiosos.
En una tierra modelada por la lluvia, descansaba la Chonka. Estaba triste cuando hallamos la empalizada. Y aunque no sintió nuestra curiosidad viva a cada paso entre el tupido bosquete que iba a enjugarse en el caudal silente del Baker, temo que supo de estas fotografías y nada podía hacer con su imagen humedecida. Solo el ciprés que la cercaba le sobrevivía, trayéndola con la crudeza de la soledad más radical hasta nuestras almas de niños curiosos.
Seguíamos entonces debajo de la claridad eterna del agua cuando nos enteramos que Tortel guardaba otro cementerio, alejado de la fama de la Isla de los Muertos[1] y ya sin uso, pues el cementerio municipal era ahora el que recibía. Era el cementerio “Arratia” como lo denominamos nosotros sin otro argumento que la obviedad de la única cruz que aún contaba con su inscripción: Alberto Arratia. Está escondido tras un bosque de renovales, a unos 50 metros del arco sur del estadio de Caleta Tortel. Según nuestro chatero[2], el cerco que protege el sitio es nuevo. Antes tenía un cerco de ñire –una madera de vida efímera para la humedad de la costa aisenina- y ahora es de ciprés. -Hará unos dos años que el municipio lo mandó hacer -nos dijo. En estas tierras el ciprés significa eternidad verdadera, resistencia insospechada al humedal de las décadas, de los siglos.
Cementerio familiar es este. Todos, pequeños y adultos, reunidos bajo el mismo cielo en permanente llanto. Valeria al comentarme la existencia de este panteón y sus “habitantes” como los llamó, me dijo también: “Esas personas viven ahí”, pero después se rectificó (quizás pensando que no comprenderíamos aquella metáfora), diciendo que esa gente estaba enterrada allí.
Cementerio familiar es este. Todos, pequeños y adultos, reunidos bajo el mismo cielo en permanente llanto. Valeria al comentarme la existencia de este panteón y sus “habitantes” como los llamó, me dijo también: “Esas personas viven ahí”, pero después se rectificó (quizás pensando que no comprenderíamos aquella metáfora), diciendo que esa gente estaba enterrada allí.
Vista interior cementerio Arratia. La cruz de Alberto Arratia enfrenta la cámara
08 septiembre 2007
V
Hubo uno en la profundidad del límite poblado del O’Higgins. Uno que descansaba anónimo bajo lo que ahora se convertía en calle. Envuelto en una lona, fue destapado de su tierra necesaria a paladas de avenida pueblerina. El asombro –que dura poco como medida de la sorpresa entre quienes habitan el mito- dio paso al respeto colectivo y a una improvisada ceremonia de re-inhumación en el recinto que recoge el pudrimiento religiosamente bajo sus piedras.
Hubo uno en la profundidad del límite poblado del O’Higgins. Uno que descansaba anónimo bajo lo que ahora se convertía en calle. Envuelto en una lona, fue destapado de su tierra necesaria a paladas de avenida pueblerina. El asombro –que dura poco como medida de la sorpresa entre quienes habitan el mito- dio paso al respeto colectivo y a una improvisada ceremonia de re-inhumación en el recinto que recoge el pudrimiento religiosamente bajo sus piedras.
Y su camino hacia la nada continuó ahora en el cementerio oficial de Villa O’higgins, siempre como un desconocido, porque nunca nadie supo muy bien de qué muerto se trataban esos restos. Algún peón o comerciante de ganado que pasó a dejar la vida después de unos tragos. O tal vez un colono irreconocible que se aventuró a morir así no más, al descampado. Hasta ahora los vivos rememoran el acontecimiento oscilando entre el anecdotario pueril del territorio y la medida de una identidad abatida.
06 septiembre 2007
Retrato sobre cabecera de tumba. Cementerio Murta Viejo, comuna de Río Ibáñez
IV
¿Quién es ese tal Temístocles o aquella María (de apellido descascarado)?. ¿Acaso paisanos, chilotes? ¿Quiénes esos otros sin nombre, sin señal alguna de su paso? ¿Gringos avecindados, matreros, prostitutas construyendo una sociedad entre la soledad y la soledad por todos lados?
¿Y aquel otro que alguna vez se le nombró como Pinilla, el abuelo? Ese otro habita ahora junto a varios más el costado de una carretera austral de polvo, agujeros y carpeta suave de cenizas.
¿Quién es ese tal Temístocles o aquella María (de apellido descascarado)?. ¿Acaso paisanos, chilotes? ¿Quiénes esos otros sin nombre, sin señal alguna de su paso? ¿Gringos avecindados, matreros, prostitutas construyendo una sociedad entre la soledad y la soledad por todos lados?
¿Y aquel otro que alguna vez se le nombró como Pinilla, el abuelo? Ese otro habita ahora junto a varios más el costado de una carretera austral de polvo, agujeros y carpeta suave de cenizas.
Nada se sabrá con certeza y esto alimenta la intención literaria. Todo puede ser ahora si se trata de reconstruir una historia imposible. Abundan relatos orales, grabaciones, apuntes tomados al amparo del mate. Pero todas las historias comparten la grandiosidad de lo mítico, tiempo y espacio detenidos. Sólo lo cristiano abunda en todas partes. A veces bendiciendo el terreno elegido y otras muchas sólo constituyendo el imaginario de la nada.
05 septiembre 2007
(Elaborado por Francisco Croxatto)
Cementerio Fachinal, comuna de Chile Chico
[1] Antropólogo, Phd., es actualmente académico de la Universidad Austral de Chile.
II
“Deben visitar los cementerios” -dijo Juan Carlos Skewes[1] alguna vez en una de esas clases de etnografía básica, al encuentro del otro, a la construcción de lo diverso allá afuera. O lo sugirió solamente, como invitando a recorrer el silencio antes de andar por allí preguntándole a los distintos sobre sus vidas, sus imágenes, sus referencias. Pienso en ocasiones que a modo de descanso de la palabra y la pluma, proponía escucharles la disolución bajo un mutismo en diversidad de representaciones.
Yo, más silente aún, me prendé de esa sugerencia: visitar los cementerios para entender en parte la vida de los vivos, la cultura de los que respiran mientras la muerte visita…
Pues la verdad, no lo sé. Sin embargo, allí he estado, en esa inmensa región desconocida, saludando a uno, cinco o decenas de recostados, inmediatamente abro una puerta o desplazo los restos de algún portón en ruinas para ingresar a esas otras ciudadelas ¿habitadas? por cuerpos des/almados.
Me he acostumbrado a saludar, a pedir permiso, a veces incluso a inquirir la identidad de un nombre borroneado o la difusa fecha que pende de una tabla ajada sobre el dintel de alguna tumba-casita.
III
He recorrido poblados y caminos constatando cada seña entregada, cada relato y paradero. Y no he podido visitarlos a todos. “Eso no se puede con una sola vida” -dice un muerto mío antiguo. Allí quedarán tantos dispuestos en parajes solitarios, al costado de la huella, bajo algunas piedras a la usanza indígena.
“Deben visitar los cementerios” -dijo Juan Carlos Skewes[1] alguna vez en una de esas clases de etnografía básica, al encuentro del otro, a la construcción de lo diverso allá afuera. O lo sugirió solamente, como invitando a recorrer el silencio antes de andar por allí preguntándole a los distintos sobre sus vidas, sus imágenes, sus referencias. Pienso en ocasiones que a modo de descanso de la palabra y la pluma, proponía escucharles la disolución bajo un mutismo en diversidad de representaciones.
Yo, más silente aún, me prendé de esa sugerencia: visitar los cementerios para entender en parte la vida de los vivos, la cultura de los que respiran mientras la muerte visita…
Pues la verdad, no lo sé. Sin embargo, allí he estado, en esa inmensa región desconocida, saludando a uno, cinco o decenas de recostados, inmediatamente abro una puerta o desplazo los restos de algún portón en ruinas para ingresar a esas otras ciudadelas ¿habitadas? por cuerpos des/almados.
Me he acostumbrado a saludar, a pedir permiso, a veces incluso a inquirir la identidad de un nombre borroneado o la difusa fecha que pende de una tabla ajada sobre el dintel de alguna tumba-casita.
III
He recorrido poblados y caminos constatando cada seña entregada, cada relato y paradero. Y no he podido visitarlos a todos. “Eso no se puede con una sola vida” -dice un muerto mío antiguo. Allí quedarán tantos dispuestos en parajes solitarios, al costado de la huella, bajo algunas piedras a la usanza indígena.
Cementerio Fachinal, comuna de Chile Chico
[1] Antropólogo, Phd., es actualmente académico de la Universidad Austral de Chile.
03 septiembre 2007
He de hablar con ciertos muertos
Tumba casita, Cementerio El Claro, Coyhaique.
I
He de hablar con ciertos muertos cada vez que arribo a algún lugar o paraje habitado por esos otros de los que soy una imagen borrosa y decorativa. Pero qué les pregunto que no deba responderme yo mismo hacia dentro o a viva voz -ahogada siempre por el viento, la lluvia incluso, el infinito silencio de estos recintos poblados por los “idos”.
He de hablar con ciertos muertos cada vez que arribo a algún lugar o paraje habitado por esos otros de los que soy una imagen borrosa y decorativa. Pero qué les pregunto que no deba responderme yo mismo hacia dentro o a viva voz -ahogada siempre por el viento, la lluvia incluso, el infinito silencio de estos recintos poblados por los “idos”.
Inicié esta conversación de silencios a principios de 2001, tengo la impresión que en un cementerio repleto de romance y viento acorralado. Le llaman cementerio El Claro, porque se ubica en un sector rural de nombre homónimo en las afueras de Coyhaique, capital regional de Aysén.
Allí estuve visitando tumbas escarchadas, casitas derruidas, cerquillos a punto de desplomarse con el peso de la nieve. Allí estuve, intentando entablar una conversación mediada por las imágenes que capturaba a intervalos con mi cámara.
Quizás cómo fue que llegaron a estar así dispuestos ante el olvido. O estar velados en cada costado de sus representaciones póstumas, chorreados de cera y de restos de la piadosa basura de alguna antigua visita: vestigios descoloridos de ramos plásticos, de rosas multicolores, envoltorios diseminados anunciando la devoción de los vivos olvidados para siempre por esos cuerpos imaginados allá abajo.
Quizás cómo fue que llegaron a estar así dispuestos ante el olvido. O estar velados en cada costado de sus representaciones póstumas, chorreados de cera y de restos de la piadosa basura de alguna antigua visita: vestigios descoloridos de ramos plásticos, de rosas multicolores, envoltorios diseminados anunciando la devoción de los vivos olvidados para siempre por esos cuerpos imaginados allá abajo.
(El articulo completo al que pertenece este texto fue publicado en http://www.antropologiavisual.cl/, Nº 8, diciembre 2006)
21 agosto 2007
RECTA PROVINCIA
Ayer se estrenó una serie chilena muy publicitada en Chile: Recta Provincia del director Raúl Ruiz. Pero la publicidad parecía/padecía de un esfuerzo sobrehumano de parte de TVN por posicionar a Raúl Ruiz o más bien celebrar que tengamos todos una serie dirigida por este gran director chileno radicado en Francia. "Deben convencerse chilenos, Raúl Ruiz nos ha regalado este trabajo", parecía ser el eslogan subliminal. A pesar de esa no tan feliz promoción a mi juicio, esperé con ansias el estreno de la serie. Puteé a Santiago Pavlovic, porque como nunca su Informe Especial seguía y seguía. ¡Qué me importaban unos minutos más o menos de morbo sobre los campamentos y la discriminación social! Quería ver Recta Provincia, quería comprobar si Ruiz lograba la atmósfera que yo mismo respiré tan pocas veces al visitar la casa viaje de mi abuela en Colchagua. Quería saber si las historias de vivos y de ánimas eran similares a las que alguna vez escuché en noches de velas amargas.
Y ya con el frío calado en mis pies, me arrimé al sillón, luego me levanté, luego me volví a sentar y Recta Provincia no aparecía. Cambié de canal y vi a un preocupado Bruce Willis pensando en su mujer mientras las balas arrasaban una habitación de aeropuerto sin hacerle daño alguno.
Volví al canal de todos y de nadie y ¡ahí estaba la serie, el estreno! había comenzado todo para mí! Rosalba, Paulino, la higuera, el jardín, la lluvia y la sequedad juntas, las ánimas jugando, bailando, llorando. Era esa misma atmósfera de infancia, era ese mismo olor que se escapaba de la pantalla o de mi cabeza o de mi nariz. Paulino era Hernancito, el diablillo era mi abuelo. Rosalba, mi abuela o la vecina vieja del callejón Los Sauces. Era ese Chile antiguo, que levita entre nosotros que nos creemos sumergidos en la vorágine de la modernidad.
Recta Provincia es una hermosa serie chilena. Raúl Ruiz es un hermoso chileno, viviendo hace más de 30 años en Francia.
Todos los lunes , parece a eso de las 23:15 o si Pavlovic huevea, más allá de las 23:30
03 agosto 2007
Entrevista a Elisa España, artesana textil, sector rural Arroyo El Gato, comuna de Coyhaique, región de Aisén.
Fecha: 16/01/96
Lugar: Casa de artesana
Fecha: 16/01/96
Lugar: Casa de artesana
Entrevistó: Mauricio Osorio
- ¿Hace cuánto usted se dedica al tejido?
- ¿Hace cuánto usted se dedica al tejido?
- Hace 48 años. De Chiloé vengo yo trabajando, de muy niña. Una empieza con los hilos, después con el telar que las mismas mayores le enseñan a trabajar y de ahí va tomando una decisión. Después cuando ya es madre de familia, uno dice bueno, ¿por qué no hago esto?, no importa que no me quede bien, voy a hacer la tentativa de hacer algo. Mi esposo trabajó allá muy cerca de Ñirehuao, entonces yo tuve muy buen éxito en cuanto a los trabajos porque había mucho personal, entonces yo hacía bufandas, hacía el calcetín de lana, hacía el gorro, la chomba, la frazada de lana, el poncho que lo utiliza el campesino que anda a caballo, las prevenciones, la maleta que la utilizan los obreros de a caballo, es muy útil y así me fue gustando cosa por cosa, tenía todo su salida, se vendía. Bueno, un algo para los hijos, yo fui madre de familia como ya digo.
02 agosto 2007
TEXTILERIA
Materia Prima
La principal materia prima utilizada en Aysén es la lana de oveja (ovis ovis), obtenida mediante el procedimiento de esquila de estos animales. Este trabajo es realizado entre los meses de diciembre y febrero de cada año, dependiendo de la zona (Galindo, 1996). Sin embargo, hemos podido establecer que antiguamente, en diversas zonas del territorio regional, la esquila era más tardía, extendiéndose entre los meses de enero a marzo o incluso abril de cada año (Grosse, 1986).
Existen referencias orales[1] que informan sobre el uso de fibra de caprinos (capra sp.) en algunas zonas donde la crianza de este ganado ha cobrado gran importancia. Sin embargo, no se ha podido establecer datos más precisos al respecto (ej. raza de caprinos, precisión de la época en que su fibra fue utilizada)
Otra materia prima es el hilo de algodón, en sus diversos grosores. Es usado para coser telas y realizar diversas terminaciones en objetos textiles y vestimenta. Este material es adquirido en establecimientos comerciales delas princpales localidades de la región.
Hemos distinguido también el uso de hilo de algodón para bordar, utilizado en la confección de bordados manuales (sector sur de la región). A este respecto, y al observar algunas piezas antiguas conservadas en diferentes museos locales, se puede establecer que se utilizó antiguamente hilo de seda para realizar estos trabajos.
Se observa también el uso de lana industrial o sintética, que por la variedad de colores que se encuentra en el comercio, permite a las artesanas elaborar piezas textiles muy llamativas.
En los últimos años se ha incorporado como materia prima la fibra de alpaca (Lama pacos), introducida a partir de proyectos de investigación y manejo impulsados por el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias y ganaderos particulares[2].
La principal materia prima utilizada en Aysén es la lana de oveja (ovis ovis), obtenida mediante el procedimiento de esquila de estos animales. Este trabajo es realizado entre los meses de diciembre y febrero de cada año, dependiendo de la zona (Galindo, 1996). Sin embargo, hemos podido establecer que antiguamente, en diversas zonas del territorio regional, la esquila era más tardía, extendiéndose entre los meses de enero a marzo o incluso abril de cada año (Grosse, 1986).
Existen referencias orales[1] que informan sobre el uso de fibra de caprinos (capra sp.) en algunas zonas donde la crianza de este ganado ha cobrado gran importancia. Sin embargo, no se ha podido establecer datos más precisos al respecto (ej. raza de caprinos, precisión de la época en que su fibra fue utilizada)
Otra materia prima es el hilo de algodón, en sus diversos grosores. Es usado para coser telas y realizar diversas terminaciones en objetos textiles y vestimenta. Este material es adquirido en establecimientos comerciales delas princpales localidades de la región.
Hemos distinguido también el uso de hilo de algodón para bordar, utilizado en la confección de bordados manuales (sector sur de la región). A este respecto, y al observar algunas piezas antiguas conservadas en diferentes museos locales, se puede establecer que se utilizó antiguamente hilo de seda para realizar estos trabajos.
Se observa también el uso de lana industrial o sintética, que por la variedad de colores que se encuentra en el comercio, permite a las artesanas elaborar piezas textiles muy llamativas.
En los últimos años se ha incorporado como materia prima la fibra de alpaca (Lama pacos), introducida a partir de proyectos de investigación y manejo impulsados por el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias y ganaderos particulares[2].
Algunas técnicas textiles utilizan telas industriales como base para la elaboración de productos (bordados) o complementos en la decoración de piezas y objetos (tejidos a telar y palillo).
[1] Entrevistas realizadas a tejedoras del sector rural El Claro-Lapparent y de la localidad de Puerto Ibáñez, durante talleres de capacitación realizados el año 2001.
[2] Desde el año 1995, INIA Tamel Aike, ha desarrollado un proyecto de repoblamiento de este tipo de camélido sudamericano, en la región. Este trabajo ha contado con el apoyo financiero del Gobierno Regional de Aysén y ha significado una diversificación de la ganadería, tanto mediana como pequeña. Exitosos ejemplos encontramos en el valle del Río ibáñez y en sectores rurales de la comuna de Coyhaique.
21 julio 2007
Hilandera de Cerro Castillo
Técnicas para la obtención del hilo desde la lana o fibra natural
Las artesanas utilizan preferentemente dos técnicas de hilatura. La primera y más tradicional es el hilado en huso, técnica muy extendida en todo el país. Si bien la herramienta utilizada no difiere de lo que podemos hallar en el resto de Chile, si es posible afirmar que en general hemos observado la utilización de husos de tamaño mediano y grande. En cuanto a las torteras o contrapesos para lograr la capacidad giratoria de la herramienta, hemos observado el uso de materiales diversos como trozos de papa, trozos de neumático, piedra horadada, tuercas, madera y hueso. En términos estéticos los husos no presentan un tratamiento importante, reduciéndose su estructura a la funcionalidad requerida.
También es conocida la técnica de hilado en ruecas. Las que hemos podido observar son de confección básica, muchas veces toscas y con algunas deficiencias mecánicas que las artesanas deben solucionar con no poca imaginación para lograr buenos hilados.
En algunas localidades se ha intentado introducir ruecas eléctricas con escaso resultado, principalmente porque los diseños de dichas herramientas han presentado deficiencias. Es preciso decir también que en los últimos años, se ha observado la introducción de hilado de factura industrial, proveniente de otras regiones del país.
Las artesanas utilizan preferentemente dos técnicas de hilatura. La primera y más tradicional es el hilado en huso, técnica muy extendida en todo el país. Si bien la herramienta utilizada no difiere de lo que podemos hallar en el resto de Chile, si es posible afirmar que en general hemos observado la utilización de husos de tamaño mediano y grande. En cuanto a las torteras o contrapesos para lograr la capacidad giratoria de la herramienta, hemos observado el uso de materiales diversos como trozos de papa, trozos de neumático, piedra horadada, tuercas, madera y hueso. En términos estéticos los husos no presentan un tratamiento importante, reduciéndose su estructura a la funcionalidad requerida.
También es conocida la técnica de hilado en ruecas. Las que hemos podido observar son de confección básica, muchas veces toscas y con algunas deficiencias mecánicas que las artesanas deben solucionar con no poca imaginación para lograr buenos hilados.
En algunas localidades se ha intentado introducir ruecas eléctricas con escaso resultado, principalmente porque los diseños de dichas herramientas han presentado deficiencias. Es preciso decir también que en los últimos años, se ha observado la introducción de hilado de factura industrial, proveniente de otras regiones del país.
(Del libro: Creando en La tradición. La Artesanía en la Región de Aysén. 2005, ms)
15 julio 2007
12 julio 2007
El Carabinero Silva
El carabinero Silva se me presentó de frente sobre la calle húmeda. Era muy joven, casi un niño. Pensé que era uno de los tantos pequeños encandilados con la posibilidad lejana de ser carabineros no bien hayan cumplido la edad reglamentaria. Niños que piden regalos alusivos a la institución para su cumpleaños y para cada navidad. Niños que establecen reglas dentro de sus casas, como no transitar por la izquierda en el pasillo, no adelantar a la mamá si va justo con la olla del almuerzo a la mesa. Obedecer en todo al papá (siempre y cuando la mamá no diga lo contrario). Niños nacidos para servir a la patria vistiendo el maravilloso uniforme verde musgo y la gorra con visera de cuero. Sí, debía ser de esos niños que la misma institución premia cada 27 de abril con vestir el uniforme. Y del sueño a la realidad. El carabinero Silva vestía hace sólo unos meses aquel traje verde y sin embargo estaba perdido en una ciudad perdida en el mapa de Chile.
-Caballero disculpe- me dijo con una voz destemplada por el frío (y el gesto reflejo de su mano apretando con más fuerza el maletín enorme que cargaba en su extravío). ¿Sabe usted donde está la calle Ignacio Serrano?
Como el uniformado venía bajando por mi calle, deduje que ya había recorrido otra calle Serrano, la del alto, esa cuyo nombre de pila es Alfonso y no Ignacio. Al carabinero Silva le ocurrió lo mismo que a mí hace ya diez años. Un lamentable equívoco en esta ciudad perdida en el mapa de Chile.
-Siga cuatro cuadras más abajo, don. Allí hallará lo que anda buscando. Toda la calle Serrano para usted, para que se vuelva a perder buscando no se qué cosa –pensé mientras le respondía.
Y otra vez el gesto de su mano, aflojando ahora la tensión sobre la manija de cuero.
-Gracias caballero, gracias. Ando perdido desde hace décadas en este pueblo de fin de mundo. Llegué un día de otoño de a caballo, cansado, con llagas en las asentaderas. Buscaba la calle Serrano que no existía en esa época. Me morí allí caballero. ¿Le puedo quitar más tiempo? Allí caí rendido caballero, pero tal vez fue la herida que traía la que me hizo caer de bruces en esa huella hecha un barrial con la nieve derretida. Aunque el dolor fue grande al sentir bajo la manta el suelo helado, la misma nieve derretida me adormeció tan rápidamente que ya me olvidaba de la vida.
Silva era un hombre-niño enjuto, pálido a la luz de aquella mañana, pero abrigaba la esperanza de encontrar su destino y mi respuesta permitió una breve alegría en esos ojos finos y pequeños.
Siguió su camino sin voltear la vista. Nada había tras de él más que extensiones de nieve hacia la pampa.
-Caballero disculpe- me dijo con una voz destemplada por el frío (y el gesto reflejo de su mano apretando con más fuerza el maletín enorme que cargaba en su extravío). ¿Sabe usted donde está la calle Ignacio Serrano?
Como el uniformado venía bajando por mi calle, deduje que ya había recorrido otra calle Serrano, la del alto, esa cuyo nombre de pila es Alfonso y no Ignacio. Al carabinero Silva le ocurrió lo mismo que a mí hace ya diez años. Un lamentable equívoco en esta ciudad perdida en el mapa de Chile.
-Siga cuatro cuadras más abajo, don. Allí hallará lo que anda buscando. Toda la calle Serrano para usted, para que se vuelva a perder buscando no se qué cosa –pensé mientras le respondía.
Y otra vez el gesto de su mano, aflojando ahora la tensión sobre la manija de cuero.
-Gracias caballero, gracias. Ando perdido desde hace décadas en este pueblo de fin de mundo. Llegué un día de otoño de a caballo, cansado, con llagas en las asentaderas. Buscaba la calle Serrano que no existía en esa época. Me morí allí caballero. ¿Le puedo quitar más tiempo? Allí caí rendido caballero, pero tal vez fue la herida que traía la que me hizo caer de bruces en esa huella hecha un barrial con la nieve derretida. Aunque el dolor fue grande al sentir bajo la manta el suelo helado, la misma nieve derretida me adormeció tan rápidamente que ya me olvidaba de la vida.
Silva era un hombre-niño enjuto, pálido a la luz de aquella mañana, pero abrigaba la esperanza de encontrar su destino y mi respuesta permitió una breve alegría en esos ojos finos y pequeños.
Siguió su camino sin voltear la vista. Nada había tras de él más que extensiones de nieve hacia la pampa.
(invierno 2005)
30 junio 2007
Sandalio Méndez
Esta es la inscripción en la tumba de Sandalio Méndez en el Cementerio de Balmaceda. Era un comerciante argentino que a la fecha de su muerte residía en Balmaceda, localidad fronteriza con Argentina, ubicada al este de Coyhaique, en la región de Aisén. Fue ultimado a balazos por carabineros al mando del teniente Seguel el 2 de junio de 1920. Así relata José Pomar* el episodio:
"...el hotelero o cantinero argentino Sandalio Méndez, muy amable y al parecer buena persona, 15 días después, atrincherado en una ventana del club intentó balear al teniente Seguel y que Méndez fue ultimado por los carabineros."
Esto no pasaría de ser una nota anecdótica sobre la violencia en patagonia fronteriza si no es por un hallazgo interesante que hicimos el 2005 en el registro civil de Coyhaique. La inscripción de su defunción fue hecha el 5 de marzo de 1921 (El registro civil había sido abierto en 1920). La fecha de muerte es correcta, pero la causa de muerte es increíble: Accidente. Sólo eso. Las preguntas incidiosas surgen de inmediato ¿se ocultó premeditadamente la causa de muerte? ¿Por qué? Este es uno de los tantos casos de violencia ocurridos en las primeras décadas del poblamiento occidental de Aisén.
* La Consesión de Aisén y el valle Simpson, 1923 [edición facsimilar de 2004]: 70
27 junio 2007
Tanteando la maravilla
Las enredaderas de luz trepaban por mi cuerpo aún dormido. Mis ojos en aquella época, se abrían con cierta gracia ante una claridad repleta de madera envejecida. Una humedad efímera, que los más viejos llamaban rocío, acariciaba la mañana, las arvejas y los tomates verdes. Las aves bebían a grandes sorbos gotas que aguantaban sobre hojas de parrones e higueras. Son unas bataclanas decía la abuela, lanzándole maíz a las gallinas.
Aún adormecido, acercaba el rostro a una palangana y con ambas manos recogía un agua gélida que despabilaba. Así dispuesto, tomaba asiento bajo el dintel de la puerta más iluminada y, tanteando la maravilla, observaba el movimiento de un remo enorme que se internaba en el hocico oscuro y reverberante del horno, cargado con grandes trozos de masa percudida. La vieja Elena -como le decía su marido cuando llegaba con los últimos rayos de sol sobre la espalda- azuzaba el fuego con un trozo de lata ennegrecido. Pan antes que pan, pensaba yo aniñado.
Aún adormecido, acercaba el rostro a una palangana y con ambas manos recogía un agua gélida que despabilaba. Así dispuesto, tomaba asiento bajo el dintel de la puerta más iluminada y, tanteando la maravilla, observaba el movimiento de un remo enorme que se internaba en el hocico oscuro y reverberante del horno, cargado con grandes trozos de masa percudida. La vieja Elena -como le decía su marido cuando llegaba con los últimos rayos de sol sobre la espalda- azuzaba el fuego con un trozo de lata ennegrecido. Pan antes que pan, pensaba yo aniñado.
(agosto 2005)
23 junio 2007
Nocturna
Por las noches claras y amarillas
Voy camino de la suerte y la fortuna
Si me asalta el desvarío de la luna
La tajeo con toda clase de cuchillas
Y todo el mundo observa aquella escena
La luna con la cabeza rasguñada
Que se sonríe de verse tan obscena
Y se pasea como loca desgreñada
A su derecha bufa una silueta
Que se sostiene apoyada al infinito
Con la diestra empuña una muleta
Y la siniestra se prepara de a poquito
Para ensartar la hedionda epifanía
En el tumulto que mira el horizonte
Como esperando asir la sinfonía
De los colgados en la cima de los montes
El viento mece a esa hora moribunda
Varios cuerpos salpicados de orificios
Carroñeros de pelaje sobre el cielo abundan
Con sus picos rojos de tanto sacrificio
Porque trabajo han tenido por semanas
Es mucha muerte la que vida les regala
Y sin descanso han comido carne y ensalada
Gordos y brillosos se pasean con sus alas
Voy camino de la suerte y la fortuna
Si me asalta el desvarío de la luna
La tajeo con toda clase de cuchillas
Y todo el mundo observa aquella escena
La luna con la cabeza rasguñada
Que se sonríe de verse tan obscena
Y se pasea como loca desgreñada
A su derecha bufa una silueta
Que se sostiene apoyada al infinito
Con la diestra empuña una muleta
Y la siniestra se prepara de a poquito
Para ensartar la hedionda epifanía
En el tumulto que mira el horizonte
Como esperando asir la sinfonía
De los colgados en la cima de los montes
El viento mece a esa hora moribunda
Varios cuerpos salpicados de orificios
Carroñeros de pelaje sobre el cielo abundan
Con sus picos rojos de tanto sacrificio
Porque trabajo han tenido por semanas
Es mucha muerte la que vida les regala
Y sin descanso han comido carne y ensalada
Gordos y brillosos se pasean con sus alas
13 junio 2007
El paquete de correos
Estaba nuevamente a las ocho y treinta de la mañana frente a la puerta del correo. Era la tercera vez que volvía a esa oficina. Estaba cansado y ansioso, no quería pensar que la fatalidad nuevamente lo perseguía. Apenas se abrieron las grandes hojas de la puerta, Calixto ingresó dispuesto a quedarse toda la mañana si era necesario, hasta que encontraran lo que debía haber llegado antes de ayer. El interior de la vieja oficina conservaba ese olor a humedad que tienen las construcciones en esa parte del país.
El encargado, un vejete de aspecto amable, le saludó algo avergonzado. Calixto perdía ya la paciencia, dos días y el bulto no había aparecido. Pensó interponer un reclamo por el retraso, pues la empresa debía cumplir estrictamente con los siete días en la entrega de correspondencia como decían los carteles pegados en todas las oficinas del país: “SU CORRESPONDENCIA EN 7 DÍAS! ES UNA PROMESA DE LA EMPRESA DE CORREOS”. Y ya iban nueve.
El paquete estaba debajo de toda la correspondencia de la semana. Por eso el encargado del correo no había podido encontrarlo todavía.
-Discúlpeme señor, dijo el encargado. Es que en estos días suelen haber inconvenientes, usted sabe, se celebra el aniversario del pueblo y llegan saludos de todos lados. ¡Mire! Aquí está su paquete, sin ningún rasguño.
Al ver la caja, olvidó completamente su molestia. Su rostro se tornó tierno y algo triste.
-Son mil quinientos pesos señor-.
Introdujo la mano en el bolsillo de la camisa y sacó dos billetes arrugados que depositó sobre el mesón sin prestar mucha atención al funcionario que le seguía hablando. Tomó delicadamente el paquete, acariciándolo con la mirada. Desprendió el papel donde figuraban los nombres de remitente y destinatario y en su lugar colocó una nueva hoja sobre la que escribió con prolijidad los datos necesarios para enviar la caja, esta vez especificando la fecha en que lo enviaría, para así poder reclamar si el servicio demoraba nuevamente cuando fuese a retirarlo.
El encargado, un vejete de aspecto amable, le saludó algo avergonzado. Calixto perdía ya la paciencia, dos días y el bulto no había aparecido. Pensó interponer un reclamo por el retraso, pues la empresa debía cumplir estrictamente con los siete días en la entrega de correspondencia como decían los carteles pegados en todas las oficinas del país: “SU CORRESPONDENCIA EN 7 DÍAS! ES UNA PROMESA DE LA EMPRESA DE CORREOS”. Y ya iban nueve.
El paquete estaba debajo de toda la correspondencia de la semana. Por eso el encargado del correo no había podido encontrarlo todavía.
-Discúlpeme señor, dijo el encargado. Es que en estos días suelen haber inconvenientes, usted sabe, se celebra el aniversario del pueblo y llegan saludos de todos lados. ¡Mire! Aquí está su paquete, sin ningún rasguño.
Al ver la caja, olvidó completamente su molestia. Su rostro se tornó tierno y algo triste.
-Son mil quinientos pesos señor-.
Introdujo la mano en el bolsillo de la camisa y sacó dos billetes arrugados que depositó sobre el mesón sin prestar mucha atención al funcionario que le seguía hablando. Tomó delicadamente el paquete, acariciándolo con la mirada. Desprendió el papel donde figuraban los nombres de remitente y destinatario y en su lugar colocó una nueva hoja sobre la que escribió con prolijidad los datos necesarios para enviar la caja, esta vez especificando la fecha en que lo enviaría, para así poder reclamar si el servicio demoraba nuevamente cuando fuese a retirarlo.
08 junio 2007
Por ese miedo…
Por ese miedo no seguí escribiendo huevadas
Por ese miedo a mi lapicera,
A la risa, ala burlada
(Aunque nunca alcancé a obrarme de miedo)
Lo llevé conmigo para que espantara
Mis alas entintadas
Mi miedo traspasó los años y me hizo todo el daño
Que la tierra de mi cuerpo ha soportado
Y vengo ahora alucinado y viejo ya
-a juzgar por la nueva tropa de poetas-
Escribiendo con las alas chamuscadas
Tiritón y patético.
¡Aaaaaaaaaaah!
¡Tiritón y patético!
Por ese miedo a mi lapicera,
A la risa, ala burlada
(Aunque nunca alcancé a obrarme de miedo)
Lo llevé conmigo para que espantara
Mis alas entintadas
Mi miedo traspasó los años y me hizo todo el daño
Que la tierra de mi cuerpo ha soportado
Y vengo ahora alucinado y viejo ya
-a juzgar por la nueva tropa de poetas-
Escribiendo con las alas chamuscadas
Tiritón y patético.
¡Aaaaaaaaaaah!
¡Tiritón y patético!
03 junio 2007
ANTONIA
Antonia cumple hoy 2 años. Estoy feliz, pero con un dejo de tristeza. La verdad es que no tengo puta idea qué me pasa hoy. Mi hija revoltosa, alegre, pelusa cumple 2 años y ando arrastrando un dejo amargo en la boca. Ella ha hecho lo que ha querido. Es su día. Se embadurnó con salsa y grasa de cordero al almuerzo, salió a pasear con Eugenia, ríe y espera a su Abuela Betty, adora a su guagua venida de Santiago. Ella celebra sus "toh" años. Y yo capaz me sienta más viejo, más cercano a la conciencia del absurdo, más lejano a la esperanza.
Antonia cumple 2 años y a la mierda mi tristeza!
24 mayo 2007
CUENTO CON TEMBLOR
El bote se deslizaba con lentitud hacia el lado oeste de la laguna. Para avanzar, remero Chodil jugueteaba con la superficie cenagosa. No le gustaba el dolor del agua cuando era calada sin más por los otros remos de la isla. Malos remeros -le escuché mascullar alguna vez. No saben cariñar el agua. Él, que aprendió del abuelo Gaete -mitad piel, mitad escama- prefería cosquillearla, insertarle las paletas de ciprés delicadamente y moverlas dentro, hacia atrás o hacia delante.
¡‘tamos al centro! –dijo remero. ¡‘ajense con cuidao, sin doler al agua!
Su tonalidad nos estremeció. Eran las primeras palabras que pronunciaba después de dos horas de acompasado viaje. Las anoté en mi libreta con rapidez. Me parecieron un signo de humanidad desolada.
Cuando bajamos del bote, cambió de expresión el rostro de Chodil. “Única sonrisa de la jornada” escribí, un tanto molesto y ya con medio cuerpo bajo el agua.
Remero comenzó a girar alrededor de nosotros. Eran las dos vueltas que religiosamente daba después de dejar pasajeros en el “centro”. Luego giró al sur y se alejó, sin dar importancia a los siete rostros horrorizados que le observábamos como si estuviésemos viendo espectros acuáticos, almas en pena eterna.
Sin saber qué hacer, cada uno se dejó llevar por su propio instinto. Los demás habían olvidado la misión que los tenía en el centro de esa porción de agua nacida apenas 2 días antes, parida desde el mar inmenso, después que la tierra se sacudiera entera, se quebrara como los cántaros mal cocidos de la isla.
Antes de abordar el bote yo había apuntado en la libreta algunas claves para mi propia tarea. En el centro, sólo medio metro de profundidad, fácil caminar o nadar. Precaución: varias millas desde las costas circundantes. Al sur la casa. El libro, detrás de la pequeña cortina, en la pared del comedor. Página 33.
Los demás, que habían confiado sólo en su memoria, vagaban desolados, con los recuerdos inundados, indefensos en ese centro que antes los recibía firme, pavimentado.
¡Calle 2! –grité para que todos escucharan.
Ninguno volteó. Nadie respondió. Un pensamiento más helado que el agua me atravesó: enmudecieron de pavor. Buscarán las orillas y se perderán en las calles más estrechas, sin encontrar sus casas.
¡La cuneta siempre al este! –volví a exclamar. Pero era tarde. Seis siluetas se alejaban en direcciones distintas, incapaces de hablar, ahogadas aún antes del final.
Tembloroso, revisé mi libreta: Desde el centro a mano derecha, la calle principal. Desemboca en la casa. Giré entonces y comencé a caminar, entumecidas ya mis piernas. Sentía el pavimento bajo el agua y calculé un metro y medio hacia el este. Tropecé con la cuneta y me tranquilicé. Era una hora hasta la casa. Me dispuse a caminar sin doler el agua, como nos advirtió Chodil.
La casa estaba toda mojada. Aunque no había demasiado desorden, se podía sentir el horror en el aire. Ingresé por un costado. El piso de la habitación tenía agua todavía. Las ollas sobre la cocina a leña esperaban un fuego que ya no vendría y las papas eran ahora el territorio de un moho grisáceo. Recorrí un pasillo corto y estrecho que conectaba al comedor. En una pared colgaban retratos antiguos retocados a pincel y en la otra, los diplomas que Rosamel regalara a sus padres después de finalizar el internado. La mesa del comedor aún conservaba los objetos de un desayuno a medio terminar. Dos ratones de orejas redondeadas que se deleitaban con el pan, la mantequilla y el queso, me miraron con atención unos segundos y luego siguieron comiendo. Me acerqué a la pared, descorrí la cortina –conservaba un color indefinido, añejo, indescifrable- y ahí estaba su libro, junto a una biblia, dos folletos de salubridad y un Gorki.
Aunque el agua no había alcanzado el recoveco, todos los textos estaban humedecidos, las hojas semejaban pequeñas olas en retirada. Abrí el libro en la página que me indicó Rosamel y leí en voz alta:
Sí, me muero.
Hoy y mañana soy menos que un girasol.
Mis colores,
mis pétalos amarillos
se desprenden
y aparecen las manchas inmundas,
sobre esta piel madura,
que ha dejado las caricias a un lado
para dedicarse al espejo
atenta a la elevación del alma.
Era el único ejemplar que quedaba, los demás fueron quemados dos años antes. Lo guardé con cuidado en el bolsillo superior de mi chaqueta y me dispuse a salir de la casa. Remero Chodil, que me observaba desde la ventana comentó: “Ícen que viene réplica esta tarde. Toavía no se va su alma del temblor”.
(Escrito en la primavera del 2004, Coyhaique)
¡‘tamos al centro! –dijo remero. ¡‘ajense con cuidao, sin doler al agua!
Su tonalidad nos estremeció. Eran las primeras palabras que pronunciaba después de dos horas de acompasado viaje. Las anoté en mi libreta con rapidez. Me parecieron un signo de humanidad desolada.
Cuando bajamos del bote, cambió de expresión el rostro de Chodil. “Única sonrisa de la jornada” escribí, un tanto molesto y ya con medio cuerpo bajo el agua.
Remero comenzó a girar alrededor de nosotros. Eran las dos vueltas que religiosamente daba después de dejar pasajeros en el “centro”. Luego giró al sur y se alejó, sin dar importancia a los siete rostros horrorizados que le observábamos como si estuviésemos viendo espectros acuáticos, almas en pena eterna.
Sin saber qué hacer, cada uno se dejó llevar por su propio instinto. Los demás habían olvidado la misión que los tenía en el centro de esa porción de agua nacida apenas 2 días antes, parida desde el mar inmenso, después que la tierra se sacudiera entera, se quebrara como los cántaros mal cocidos de la isla.
Antes de abordar el bote yo había apuntado en la libreta algunas claves para mi propia tarea. En el centro, sólo medio metro de profundidad, fácil caminar o nadar. Precaución: varias millas desde las costas circundantes. Al sur la casa. El libro, detrás de la pequeña cortina, en la pared del comedor. Página 33.
Los demás, que habían confiado sólo en su memoria, vagaban desolados, con los recuerdos inundados, indefensos en ese centro que antes los recibía firme, pavimentado.
¡Calle 2! –grité para que todos escucharan.
Ninguno volteó. Nadie respondió. Un pensamiento más helado que el agua me atravesó: enmudecieron de pavor. Buscarán las orillas y se perderán en las calles más estrechas, sin encontrar sus casas.
¡La cuneta siempre al este! –volví a exclamar. Pero era tarde. Seis siluetas se alejaban en direcciones distintas, incapaces de hablar, ahogadas aún antes del final.
Tembloroso, revisé mi libreta: Desde el centro a mano derecha, la calle principal. Desemboca en la casa. Giré entonces y comencé a caminar, entumecidas ya mis piernas. Sentía el pavimento bajo el agua y calculé un metro y medio hacia el este. Tropecé con la cuneta y me tranquilicé. Era una hora hasta la casa. Me dispuse a caminar sin doler el agua, como nos advirtió Chodil.
La casa estaba toda mojada. Aunque no había demasiado desorden, se podía sentir el horror en el aire. Ingresé por un costado. El piso de la habitación tenía agua todavía. Las ollas sobre la cocina a leña esperaban un fuego que ya no vendría y las papas eran ahora el territorio de un moho grisáceo. Recorrí un pasillo corto y estrecho que conectaba al comedor. En una pared colgaban retratos antiguos retocados a pincel y en la otra, los diplomas que Rosamel regalara a sus padres después de finalizar el internado. La mesa del comedor aún conservaba los objetos de un desayuno a medio terminar. Dos ratones de orejas redondeadas que se deleitaban con el pan, la mantequilla y el queso, me miraron con atención unos segundos y luego siguieron comiendo. Me acerqué a la pared, descorrí la cortina –conservaba un color indefinido, añejo, indescifrable- y ahí estaba su libro, junto a una biblia, dos folletos de salubridad y un Gorki.
Aunque el agua no había alcanzado el recoveco, todos los textos estaban humedecidos, las hojas semejaban pequeñas olas en retirada. Abrí el libro en la página que me indicó Rosamel y leí en voz alta:
Sí, me muero.
Hoy y mañana soy menos que un girasol.
Mis colores,
mis pétalos amarillos
se desprenden
y aparecen las manchas inmundas,
sobre esta piel madura,
que ha dejado las caricias a un lado
para dedicarse al espejo
atenta a la elevación del alma.
Era el único ejemplar que quedaba, los demás fueron quemados dos años antes. Lo guardé con cuidado en el bolsillo superior de mi chaqueta y me dispuse a salir de la casa. Remero Chodil, que me observaba desde la ventana comentó: “Ícen que viene réplica esta tarde. Toavía no se va su alma del temblor”.
(Escrito en la primavera del 2004, Coyhaique)
26 abril 2007
Notas de Campo Puerto Ibáñez
16/03/01 (Continuación)
Mañana sábado se realizaría una “fiesta campera” organizada por la Junta de Vecinos N° 7 de la localidad de El Claro, que más bien es un sector rural con población semiconcentrada a lo largo de un camino vecinal. Había domaduras de potros y novillos.
El jueves venían bajando del Claro Gilberto Muñoz y Aladín Cea (quizás otros más, pero no los vi) con una tropilla de potros (según don Santiago Vargas, que vio pasar el séquito de animales por la calle de su casa)
¿Qué es realidad y qué ficción? ¿Qué se está perdiendo y qué no?
La fiesta se realizará en el recinto de la medialuna del Club de Rodeo de Puerto Ibáñez. “Pero estos huasos harto que se demoraron en soltarnos la cosa: que tenían un rodeo, que tenían el rodeo chico... (según nos comenta Joaquín Villagran). Superposición de culturas, diferencia de estilos ¿Identidades diversas o actualizaciones diferenciadas?
Al parecer esta fiesta tiene el carácter de “beneficio”, aquel conjunto de actividades y eventos sociales realizados por organizaciones sociales, comunitarias, religiosas, culturales, cuyo objetivo es recaudar fondos en beneficio de la entidad.
Pero los beneficios están circunscritos a actividades como bingos, platos únicos, bailables, desarrollados en espacios cerrados con horarios limitados...
Mañana sábado se realizaría una “fiesta campera” organizada por la Junta de Vecinos N° 7 de la localidad de El Claro, que más bien es un sector rural con población semiconcentrada a lo largo de un camino vecinal. Había domaduras de potros y novillos.
El jueves venían bajando del Claro Gilberto Muñoz y Aladín Cea (quizás otros más, pero no los vi) con una tropilla de potros (según don Santiago Vargas, que vio pasar el séquito de animales por la calle de su casa)
¿Qué es realidad y qué ficción? ¿Qué se está perdiendo y qué no?
La fiesta se realizará en el recinto de la medialuna del Club de Rodeo de Puerto Ibáñez. “Pero estos huasos harto que se demoraron en soltarnos la cosa: que tenían un rodeo, que tenían el rodeo chico... (según nos comenta Joaquín Villagran). Superposición de culturas, diferencia de estilos ¿Identidades diversas o actualizaciones diferenciadas?
Al parecer esta fiesta tiene el carácter de “beneficio”, aquel conjunto de actividades y eventos sociales realizados por organizaciones sociales, comunitarias, religiosas, culturales, cuyo objetivo es recaudar fondos en beneficio de la entidad.
Pero los beneficios están circunscritos a actividades como bingos, platos únicos, bailables, desarrollados en espacios cerrados con horarios limitados...
24 abril 2007
07 abril 2007
El aroma de mis alas
El olfato que acecha tras el velo
Se surte a diario de los aromas del pueblo
desgaja olores con infantil asombro
cuando abre algunos cuerpos
Intenta el olfato agorero
definir siluetas o pellejos
plumaje o cartílago
angelitos o demonios
Se surte a diario de los aromas del pueblo
desgaja olores con infantil asombro
cuando abre algunos cuerpos
Intenta el olfato agorero
definir siluetas o pellejos
plumaje o cartílago
angelitos o demonios
15 marzo 2007
Bahía Jara
21/03/2001
Estoy en Bahía Jara: COMUNIDAD BAHÍA JARA, reza un letrero de vialidad instalado a mano izquierda del camino vecinal si vamos avanzando en dirección a la localidad.
Primera imagen: un hombre a caballo –al tranco-. Una mujer caminando atrás, junto al perro. Es un camino largo hasta el lago, con chacras a ambos lados. Al final de Bahía Jara: don Luis Ruiz Mansilla y señora Hilda Díaz Pillanpel. Y en la Chacra La Capilla, Juan Luis Ruiz Díaz (hijo del matrimonio anterior). Son chilotes. Tomamos mate viendo las noticias de CNN en español. Silencio, sin conversación, pero conectados al mundo exterior. ¿Esa es la cultura actual?
Estoy en Bahía Jara: COMUNIDAD BAHÍA JARA, reza un letrero de vialidad instalado a mano izquierda del camino vecinal si vamos avanzando en dirección a la localidad.
Primera imagen: un hombre a caballo –al tranco-. Una mujer caminando atrás, junto al perro. Es un camino largo hasta el lago, con chacras a ambos lados. Al final de Bahía Jara: don Luis Ruiz Mansilla y señora Hilda Díaz Pillanpel. Y en la Chacra La Capilla, Juan Luis Ruiz Díaz (hijo del matrimonio anterior). Son chilotes. Tomamos mate viendo las noticias de CNN en español. Silencio, sin conversación, pero conectados al mundo exterior. ¿Esa es la cultura actual?
14 marzo 2007
17:40 hrs
Leonor nació hace casi 5 horas atrás. Fueron 3 kilos 200 gramos de humanidad y llanto. 47 centímetros de largo: pequeña, más pequeña que sus hermanas, porque Antonia midió 50 cuando llegó y Rocío 52 largos centímetros.
Leonor, una muchacha blanquecina por la capa cebácea que protegía aún su piel rosada. Grandes orejas y una insinuada cabellera algo clara: tiene definitivamente los rasgos de mi padre.
Leonor nació a las 17:40 hrs de hoy 14 de marzo de 2007. Y la tarde se transformó en miedo y alegría, en desesperación y agradecimiento, en ese dios esquivo la mayor parte del tiempo, en esa paz que no se queda.
Leonor tuvo la paz cuando su madre la olió y le lloró de alegría sobre sus mejillas mientras la suturaban bajo el ombligo como si eso sucediera en otra parte del planeta.
Leonor tuvo la sorpresa cuando su padre le hablaba en el apego que ahora se realiza con toda la normalidad del arbitrio.
Leonor está con nosotros y ahora queda entonces esperar aquel otro desgarro que se nos presentará furioso.
Leonor, una muchacha blanquecina por la capa cebácea que protegía aún su piel rosada. Grandes orejas y una insinuada cabellera algo clara: tiene definitivamente los rasgos de mi padre.
Leonor nació a las 17:40 hrs de hoy 14 de marzo de 2007. Y la tarde se transformó en miedo y alegría, en desesperación y agradecimiento, en ese dios esquivo la mayor parte del tiempo, en esa paz que no se queda.
Leonor tuvo la paz cuando su madre la olió y le lloró de alegría sobre sus mejillas mientras la suturaban bajo el ombligo como si eso sucediera en otra parte del planeta.
Leonor tuvo la sorpresa cuando su padre le hablaba en el apego que ahora se realiza con toda la normalidad del arbitrio.
Leonor está con nosotros y ahora queda entonces esperar aquel otro desgarro que se nos presentará furioso.
06 marzo 2007
Notas Río Ibáñez
Sector El Claro, 2 de Noviembre de 2001
Cuando una herida cortante se hincha, “se pasma” o “se encona”. Significa que sale líquido o pus.
Receta
Se limpia la herida sacando la costra “cáscara” y luego se aplica pasta de ají o una vaina de ají.
Principio
El ají “cuece” la herida, o sea lo picante del ají hace que la herida se caliente y se suture.
Cuando una herida cortante se hincha, “se pasma” o “se encona”. Significa que sale líquido o pus.
Receta
Se limpia la herida sacando la costra “cáscara” y luego se aplica pasta de ají o una vaina de ají.
Principio
El ají “cuece” la herida, o sea lo picante del ají hace que la herida se caliente y se suture.
26 febrero 2007
Leonor saldrá hacia nosotros
en pocas semanas más
Se adelantará a la otra explosión
que llenará el aire de furor
Pero leonor nos llenará de más
y más amor
Llegará llena de pulmones en grito
la queremos escuchar pronto.
Mientras tanto Leonor patea y se revuelca en su piscina
y escucha nuestras sorpresas
nuestros afanes de espera impaciente.
en pocas semanas más
Se adelantará a la otra explosión
que llenará el aire de furor
Pero leonor nos llenará de más
y más amor
Llegará llena de pulmones en grito
la queremos escuchar pronto.
Mientras tanto Leonor patea y se revuelca en su piscina
y escucha nuestras sorpresas
nuestros afanes de espera impaciente.
24 febrero 2007
Contrapunto sin guitarra
Gaete
Buenas tardes jovencito
Recibí su invitación
Para medir con un palito
Nuestra improvisación
Gaete
Buenas tardes jovencito
Recibí su invitación
Para medir con un palito
Nuestra improvisación
Osorio
Así veo caballero
Llega usted justo a la hora
Se decía en el potrero
“Ya no viene la cotorra”
Gaete
Dígame usted señorito
Quién le ha contado ese cuento?
Llevo añazos y no añitos
Payando a los cuatro vientos
Osorio
Siempre habrá muy mal hablaos
Que les gusta difamar
Alléguese aquí a mi lao
Pa que podamos payar!
Gaete
Aquí no más me quedo.
Por si no lo sabe usté,
Un contrapunto certero
Se lleva mejor de a pie
Osorio
Como guste Rosamel
Yo me quedo aquí a este lao
Tengo mesa con mantel
Pa’ servírmelo pelao
Gaete
Pa’ pelarme de a de veras
Necesita usted sapiencia
No le bastan las dos brevas
Que brillan por su ausencia
Osorio
Qué lucidez, amigo mío
Para ver lo que no está
No será que en el avío
Trae presta la maldá?
Gaete
Mi estimado contrincante
No se esconde la maldá
Se la lleva por delante
Y se clava en la heredá
Osorio
Ocurrente el consejero
Mas se pierde en su pensar
Yo no soy atracadero
Para un barco sin anclar
Gaete
No vine a buscar orilla
Donde todo es pampa y campo
Desenfundo mis cuartillas
Si me ventean con llampo
Osorio
¡Las palabras que conoce!
Se destaca su glosario
A ver si me reconoce
Que utiliza el diccionario
Gaete
El diccionario y el oído
Porque escucho a la natura
El suave rugir del río
O los suspiros de la luna
Osorio
Son suspiros de mentira
Inventiva de “pueta”
Verdadero el que suspira
Entremedio de unas tetas
Gaete
Harto fome su cuarteta
Se parece a un regalito
Que encontré como dobleta
Del que engrupe con versitos
Osorio
Yo no engrupo con mi canto
Aunque a usted(es) se le aparezca
Fácil es usar el manto
Cuando brilla como yesca
Gaete
Ni tan seco ni tan bardo
Improviso ciertas loas
Hago miel con el lunfardo
mermeladas con el coa
Osorio
Láncese alguna cosa
Que demuestre su decir
Si no, cávese la fosa
Pa’ poderme despedir
Gaete
Agárrese la clavija
que aquí le va un ejemplo
si le muestran la sortija
tape rápido ese templo
Osorio
Suena más como a cristiano
Ese cuarto sin zorrera
Se me hace muy lejano
Que este encuentro tenga vera
Gaete
Tal parece que se espanta
Enmudece su pensar
Ni siquiera me adelanta
Pa’ pedir finalizar
Osorio
Como quiera don Gaete
Terminar o proseguir
que le pise los juanetes
O le tire un calcetín
Gaete
Yo prefiero un corolario
Si me permite sugerir
Pa’ payar no hay que ser sabio
y tampoco ser tan gil
Osorio
Le hallo razón en esto
ha ganado usted al fin
ya me callo y no contesto
porque aquí empieza el cahuín
16 febrero 2007
Notas de campo
Puerto Ibáñez, 16/03/2001
Viento todo el día. Casi las seis de la tarde y los árboles de la plaza son azotados sin pausa por un viento que corre hacia el sureste. Aparecen figuras de niños, hombres y mujeres entre la polvareda que se levanta.
Al oeste del pueblo persiste la imagen polvorienta sobre el río Ibáñez y su desembocadura... un río de arena y agua que avanza sobre el aire...
¿Por dónde empezar este catastro cultural? ¿En Ibáñez por los Artesanos? ¿Qué es Puerto Ibáñez? ¿Una ciudad/pueblo/poblado semi fantasma, con casas derruídas donde conviven el ladrillo y el abobe –agónicos aún- con las latas, las tablas y las tejuelas? (agónicas también ellas).
13 febrero 2007
Nociones del Tipo
Este es el tipo. O al menos la noción que cualquiera puede hacerse de él. De blanco riguroso (aunque esa tenida solía presentar ciertas zonas percudidas e incluso otras levemente manchadas) efectúa sus tareas y reflexiona como el tipo bien criado que es.
I’m out –piensa el tipo, cuando mira toda la ciudad por la ventana- and nobody going to fuck my life again. Satisfecho con el meditado improperio dirigido a la humanidad toda, vuelve sobre sus pasos para tomar su chaqueta, que yace en el respaldo de la silla. Se la coloca y abandona el departamento. Utilizar el poco inglés que aprendió de niño era una forma delicada de putear a todo el mundo mediocre y mal parido, que le había hecho imposible la vida hasta ese bendito día de marzo, realzado por una leve y cálida brisa desprendida de la agonía veraniega en la avenida principal de Papudo, balneario inolvidable, ya tan alejado de su propia historia citadina. Era cierto, un día lejano de marzo, con la brisa despeinándole el cabello semicano, arrasado por los años a la altura de la frente, había por fin sentido la libertad que otorga la soledad. La decisión de estarse solo el resto de la vida, sin dar explicaciones, sin atender comentarios, sin considerar las lágrimas de los que caerían abandonados frente al abrazo que le obsequiaba el destino. No era ciertamente el último día de las mismas vacaciones que la familia venía repitiendo por años. En realidad sólo llevaban una semana, porque al igual que muchos otros familiones aburguesados, elegían las últimas semanas estivales –el crepúsculo del descanso decía su pareja, en tono poético- para evitarse el desagradable espectáculo de carpas, melones y cajas de vino extensamente difundido por todo el litoral central como una patética moda popular implementada en la antaño hermosa Cartagena, convertida hace solo un par de años en el epicentro de la porquería veraniega. Sencillamente su paseo de atardecer por la costanera se convirtió en una frenética búsqueda de algún bus que le sacara de allí, llevándolo de vuelta a la ciudad. Logró llegar a su casa, sacó dinero de la caja fuerte y se marchó a un hotel, dejando eso sí una breve nota en el refrigerador: ¡No me busquen, mierdas!.
Ahora vivía tranquilo en aquel departamento, mirando todo desde lo alto, disfrutando la superioridad de su soledad. Siempre que salía a enfrentar la calle, observaba el balcón donde un pequeño colgante oriental musicalizaba eternamente la rutina de su nueva vida. Esa mañana se dirigió a finiquitar los últimos asuntos legales que involucraban las propiedades heredadas de su abuelo.
Luego de contabilizar 10 minutos de espera en la atiborrada notaría, el tipo logró que le atendieran. Pero eso ahora no importa demasiado. Más relevante resulta describir la acción que emprendió cuando se disponía a cancelar los servicios notariales. Dirigió sus pasos a la caja, con el recibo de cancelación en su mano derecha. Mientras esperaba a la cajera, el tipo se dedicó a mirar a una funcionaria regordeta que se encontraba en el mesón aledaño a la caja. Tanto y tan pacientemente observó a la mujer que logró encontrar una diminuta excusa para burlarse de ella. No era nada su excesiva masa corporal, su desfigurada cara de payasa de circo pobre. Lo maravilloso residía en un recodo de su blusa acrílica de media manga, de un celeste ahogado, que intentaba combinar con la vulgaridad de una chomba de cuello leonino y sin mangas. El tipo reconoció un diminuto orificio en la costura de la manga derecha, a la altura de lo que en cuerpos normales es el fin de la comisura delantera de una axila. Pero que en esta joven regordeta era una masa informe. Ahí el orificio, mostrando levemente la carne blanquecina, considerando movimientos rítmicos al son de los brazos afanados por seguir unas manos que intentaban danzar sobre una moderna máquina de escribir.
El tipo disfrutó la espera observando el tajo provocado por un rebelde hilo descosido y despreciando esa falsa postura de impecable funcionaria que escondía la vulgaridad de una mujer mal vestida. Pensó entonces que si en una notaría en pleno barrio ejecutivo de la ciudad se permitía tamaña indecencia para los clientes, él muy bien podía hurgarse la nariz sin esperar que nadie le dirigiera la menor atención. Cuando se disponía a comprobar su hipótesis, se le ocurrió una idea mejor: burlarse de la gordita a vista y paciencia de todos. Así lograría un efecto superior, esos autómatas se darían cuenta y actuarían en consecuencia.
Sacó entonces la aguja y el hilo que siempre cargaba consigo previendo todo tipo de situaciones (dentro de las que ésta por supuesto, estaba debidamente clasificada en la sección inmundicias leves) y mirando fijo, pero con amabilidad a la mujer celeste, le ofreció coserle el hoyo. La mujer quedó estupefacta y sólo atinó a recoger el brazo derecho sobre sus inmensas pechugas para esconder así el hoyo descubierto. Se levantó de la silla trastabillando y a punto de soltar las lágrimas apuró el paso, hacia el baño del personal donde se encerró.
El tipo sonreía complacido en su obra. Esperaba también que alguno de los inmóviles espectadores reaccionara y lo imprecara por su osadía. Ello efectivamente ocurrió: un hombre bajito, ya viejo, que le hizo recordar a cierto senador de la república, se le acercó profiriendo gruesas palabras en su contra. Le tiró la chaqueta por la parte baja (que era lo que podía alcanzar dada su estatura) exigiéndole diera la cara, llenándole de improperios perfectamente ajustados al vocabulario distinguido de un señor de notaría y definitivamente amenazándolo con una querella por injurias y amenazas con alevosía en un espacio público y a la vista de casi dos decenas de testigos. Mientras escuchaba a sus espaldas todo el sermón, el tipo pensaba que sería un enfrentamiento con algo así como un abogado de medio pelo. Volteó lentamente con la aguja y el hilo aún en su mano y preparando una carcajada como introducción, comenzó a disparar una seguidilla de garabatos, conservando una excelente dicción en el hablar, lo que hacía aparecer a las gruesas frases como versos de la mejor literatura romántica de Inglaterra…pues el tipo socarronamente le lanzó la caballada en un perfecto inglés, mientras recogía el hilo sobre la misma aguja y clavaba esta última en el bolsillo interior de su cuidada chaqueta. Luego pidió permiso sin dejar de reír, buscó la salida y se fue. El pequeño viejecito quedó vencido por la impresión, pero mascando la redacción de la querella. Las demás personas, entre risas escondidas y falso sentimiento de enojo, retomaron sus labores, quizás acostumbradas a presenciar cada cierto tiempo, discusiones y alegatos propios de un recinto público como ese. La cajera que ya había vuelto de consolar a su colega, continuó cobrándose de los clientes, las dactilógrafas siguieron redactando poderes y escrituras, el notario al parecer ni se enteró de lo ocurrido, pues no se le vio por ningún lado. Estaría estampando su firma en cada documento que llegaba a su escritorio.
El tipo tuvo que volver pocos meses después a la notaría. El que casi parecía abogado había cumplido su amenaza, llevándolo a un juicio rápido (lo que le había convencido sobre la calidad de la nueva justicia), cuya sentencia consistió en el pago de una multa y en la obligación de pedir públicas disculpas a la afectada en un plazo no superior a cuatro meses desde la fecha de la resolución judicial. Sin abandonar la sonrisa, el tipo hizo su aparición en la oficina el último lunes del cuarto mes y solicitó la atención de todo el mundo presente.
Muy buenos días, damas, caballeros. Estoy aquí esta mañana para cumplir con una sentencia que no merezco, pero que en realidad me da igual. Vengo a pedir públicas disculpas (esto lo dijo con un sarcasmo preciso para que todos entendieran que nada de ello era verdadero) a la señorita esta (miró a la mujer ofendida con fijeza, obligándola a sentirse responsable de este nuevo bochorno). Le pido disculpas por mi indiscreción de hace varios meses atrás y espero que no me guarde rencor alguno, porque yo sólo le dije lo que nadie de los que se dicen sus colegas, jefes y clientes, fue capaz de informarle nunca. Así las cosas, me despido amablemente de usted y sólo me resta decirle, también públicamente, que espero esto le haya servido a usted para fijarse un poquito más en cómo sale vestida a la calle, porque son miles los que se sienten ofendidos por el mal gusto y la indecencia de los demás, pero sólo hay unos pocos como yo que se atreven a decirlo con elegancia y respeto. Sobre todo respeto. Por eso el tipo consideraba que la sentencia estaba fuera de lugar, era absurda, inservible. Él había detectado una falta a la estética, la había declarado a viva voz y además había ofrecido la solución en el acto. Todo con el debido respeto a su propio e inviolable gusto.
Ese día lunes vestía de negro riguroso. Era lo que tocaba según el orden diario que utilizaba para combinar sus únicas dos tenidas. Blanco de pies a cabeza; luego blanco el pantalón y negras la camisa y la chaqueta; luego negro total; le seguía blanco completo arriba y negro el pantalón; al quinto día correspondía negro con el toque blanco de la camisa, para posteriormente pasar al blanco completo sobre una bien planchada camisa negra. El séptimo día –no el último, porque no lo había- tocaba una combinación de camisa y pantalones negros acompañados de chaqueta blanca al que le seguía la combinación inversa. Ese lunes era el negro absoluto y por ello se sentía especialmente inclinado a la arrogancia.
09 febrero 2007
Quemar las alas
He venido aquí pendiendo de un hilo hirsuto
apagado pese a la clara luna que se mece con el viento
sobre mis pasos la grosera muerte
avanza desganada
a la rastra con sus carnes amarillas
que suelen deslizarse desde el ropaje
plagado de remiendos burdos y provincianos
¡Ay! Qué muerte más famélica me persigue,
¡Qué patética fealdad posee su memoria!
Pero he llegado.
Con las alas equilibradas en mi alma
y este cuerpoque no se anima resplandecer
ante el oleaje de plumas azules
intuido en un horizonte recortado
He llegado montado en un cansancio
de animales carcomidos
con ganas de posar mi humanidad sobre la hierba lastimada
por el hedor que me anticipa.
Estoy aquí,
hecho un atado de harapos ante ustedes
¡Qué tienen que decirme!
No les oigo.
¿Que me acerque?
¡Inútiles!
Enciendan ya la hoguera
el fuego acecha vuestras manos
cójanlo de una vez
como a una flor caída, pero bella.
Arrímenlo a los leños
¡Que arda ya la hoguera!
He venido a quemar las alas de mi alma
y ustedes yacen ahí paralizados.
Parecen más muertos que el futuro mío
en estas tierras.
08 febrero 2007
¿Y qué tengo de valor en los bolsillos?, me pregunto. Nada.
Recuerdo una historia que contaba el padre de mi padre (abuelo alcancé a decirle un par de veces, antes que mi padre dejara de verlo, enceguecido por el rencor): En los sueños se veía caminando –en la noche- por la orilla de uno de los cercos que dividían los potreros. Avanzaba, llenos los bolsillos de monedas. De pronto comenzaba a sentir que las monedas se le iban cayendo, que los bolsillos estaban rotos, que las monedas sonaban sobre las piedras del camino, que se quedaba sin un duro.
Sus bolsillos estaban enteros, sin orificio alguno.
Recuerdo una historia que contaba el padre de mi padre (abuelo alcancé a decirle un par de veces, antes que mi padre dejara de verlo, enceguecido por el rencor): En los sueños se veía caminando –en la noche- por la orilla de uno de los cercos que dividían los potreros. Avanzaba, llenos los bolsillos de monedas. De pronto comenzaba a sentir que las monedas se le iban cayendo, que los bolsillos estaban rotos, que las monedas sonaban sobre las piedras del camino, que se quedaba sin un duro.
Sus bolsillos estaban enteros, sin orificio alguno.
07 febrero 2007
La primera vez que vi a Rosamel Gaete
estaba empotrado sobre una estupenda taza “lozapenco”.
Era blanquísima. Notábanse unas manchas verde agua caídas desde la pared
recién pintada.
Él lucía completamente ebrio.
Hipaba y lloraba escandalosamente.
Le acompañaban otros dos borrachos.
Uno era actor, el otro semi-poeta.
Cuidaban que no se fuese a ahogar
Cuidaban que no se fuese a ahogar
bajo su propia hez de derrotado.
Decidí retirarme.
Volver a la mesa.
Seguir tomando.
A lo lejos, Javier Solís
interpretaba uno de sus grandes éxitos.
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