¿Y qué tengo de valor en los bolsillos?, me pregunto. Nada.
Recuerdo una historia que contaba el padre de mi padre (abuelo alcancé a decirle un par de veces, antes que mi padre dejara de verlo, enceguecido por el rencor): En los sueños se veía caminando –en la noche- por la orilla de uno de los cercos que dividían los potreros. Avanzaba, llenos los bolsillos de monedas. De pronto comenzaba a sentir que las monedas se le iban cayendo, que los bolsillos estaban rotos, que las monedas sonaban sobre las piedras del camino, que se quedaba sin un duro.
Sus bolsillos estaban enteros, sin orificio alguno.
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