24 junio 2017

La población arrancada a camionadas militares


La población completa se fue. Más bien la arrancaron a camionadas militares de su sitio. Y quedé solo nuevamente. El polvo agrio que inundó la tarde se disipaba entre las luces de los autos. Deambulé horas entre los escombros: allí, cabezas arrancadas de muñecas baratas; acá, restos de ropa roída por los años; allá, los pozos negros colapsados, las fonolas quebradas, las maderas arrancadas de cuajo. Recorrí en silencio aquel furúnculo negro que se había pegado por décadas al rostro juvenil de la comuna más delicada de la capital.

Llegué cansado a casa, hediondo y hambriento. Llegué también haciendo arcadas, con dolor al pecho y un pañuelo mojado de sudor y lágrimas. La población nunca más estaría allí, frente a mi memoria, a mis mañanas, nunca más mi población abierta a ese cariño de viejos buenos, sentados en un sillón de micro tomando vino con harina. Casi al alba me despertaban cientos de caminantes que partían a calle Vitacura para esperar micro. Las mujeres, con la cara endurecida por el trajín, las tomaban para dirigirse a las grandes casas del sector alto. Los hombres partían cansados y soñolientos aún, a las construcciones repartidas por la ciudad. Pocos niños a las escuelas la verdad. Eran hormigas grandes pensaba medio dormido, que me podrían aplastar fácilmente si me pillaran desprevenido alguna vez. A las ocho de la mañana ya no se escuchaba ese ajetreo y todo se volvía apacible, barrio bucólico, por donde comenzaba ahora el leve ajetreo de las empleadas que trabajaban en las casas lindas de los alrededores. La mía fue linda alguna vez y llegaba una empleada vieja y mañosa que quizás me golpeaba para hacerme chillar y confirmar con esto que seguía vivo, porque cada vez que me encontraba sobre la ventana, absorto en el ajetreo de la población, pensaba que había muerto súbitamente y desesperaba ante la idea de ser culpada por negligencia.

Cuando me iba al colegio, podía observar las dos cuadras más largas de la población que parecía una mancha en movimiento continuo, donde más hormigas grandes seguían trabajando en no sé que cosas. Cómo podía ocurrir aquello no me lo imaginaba, si hace tres horas que creía haber escuchado que la población entera se desparramaba por las calles para perderse el día completo del lugar.

04 junio 2017

El alma no crece como las plantas

El alma no crece como las plantas. Debe soportar las alegrías y las tristezas así, de un tamaño dado. El alma se ensancha hasta reventar casi, con aquella hija que encuadra el mundo en la belleza. O se expande con las que a tu lado van creciendo junto a las plantas de la casa, sobre el sol extienden su propia luz. Y por fin el alma se hace trizas con un leve y sonoro balbuceo del hijo que juega sobre sus pies temblorosos en los primeros pasos.
El alma no crece como las plantas, pero está ahí, latiéndonos, explotando y de nuevo volviendo sobre su memoria alada, más alma, indefinible y certera.