El carabinero Silva se me presentó de frente sobre la calle húmeda. Era muy joven, casi un niño. Pensé que era uno de los tantos pequeños encandilados con la posibilidad lejana de ser carabineros no bien hayan cumplido la edad reglamentaria. Niños que piden regalos alusivos a la institución para su cumpleaños y para cada navidad. Niños que establecen reglas dentro de sus casas, como no transitar por la izquierda en el pasillo, no adelantar a la mamá si va justo con la olla del almuerzo a la mesa. Obedecer en todo al papá (siempre y cuando la mamá no diga lo contrario). Niños nacidos para servir a la patria vistiendo el maravilloso uniforme verde musgo y la gorra con visera de cuero. Sí, debía ser de esos niños que la misma institución premia cada 27 de abril con vestir el uniforme. Y del sueño a la realidad. El carabinero Silva vestía hace sólo unos meses aquel traje verde y sin embargo estaba perdido en una ciudad perdida en el mapa de Chile.
-Caballero disculpe- me dijo con una voz destemplada por el frío (y el gesto reflejo de su mano apretando con más fuerza el maletín enorme que cargaba en su extravío). ¿Sabe usted donde está la calle Ignacio Serrano?
Como el uniformado venía bajando por mi calle, deduje que ya había recorrido otra calle Serrano, la del alto, esa cuyo nombre de pila es Alfonso y no Ignacio. Al carabinero Silva le ocurrió lo mismo que a mí hace ya diez años. Un lamentable equívoco en esta ciudad perdida en el mapa de Chile.
-Siga cuatro cuadras más abajo, don. Allí hallará lo que anda buscando. Toda la calle Serrano para usted, para que se vuelva a perder buscando no se qué cosa –pensé mientras le respondía.
Y otra vez el gesto de su mano, aflojando ahora la tensión sobre la manija de cuero.
-Gracias caballero, gracias. Ando perdido desde hace décadas en este pueblo de fin de mundo. Llegué un día de otoño de a caballo, cansado, con llagas en las asentaderas. Buscaba la calle Serrano que no existía en esa época. Me morí allí caballero. ¿Le puedo quitar más tiempo? Allí caí rendido caballero, pero tal vez fue la herida que traía la que me hizo caer de bruces en esa huella hecha un barrial con la nieve derretida. Aunque el dolor fue grande al sentir bajo la manta el suelo helado, la misma nieve derretida me adormeció tan rápidamente que ya me olvidaba de la vida.
Silva era un hombre-niño enjuto, pálido a la luz de aquella mañana, pero abrigaba la esperanza de encontrar su destino y mi respuesta permitió una breve alegría en esos ojos finos y pequeños.
Siguió su camino sin voltear la vista. Nada había tras de él más que extensiones de nieve hacia la pampa.
-Caballero disculpe- me dijo con una voz destemplada por el frío (y el gesto reflejo de su mano apretando con más fuerza el maletín enorme que cargaba en su extravío). ¿Sabe usted donde está la calle Ignacio Serrano?
Como el uniformado venía bajando por mi calle, deduje que ya había recorrido otra calle Serrano, la del alto, esa cuyo nombre de pila es Alfonso y no Ignacio. Al carabinero Silva le ocurrió lo mismo que a mí hace ya diez años. Un lamentable equívoco en esta ciudad perdida en el mapa de Chile.
-Siga cuatro cuadras más abajo, don. Allí hallará lo que anda buscando. Toda la calle Serrano para usted, para que se vuelva a perder buscando no se qué cosa –pensé mientras le respondía.
Y otra vez el gesto de su mano, aflojando ahora la tensión sobre la manija de cuero.
-Gracias caballero, gracias. Ando perdido desde hace décadas en este pueblo de fin de mundo. Llegué un día de otoño de a caballo, cansado, con llagas en las asentaderas. Buscaba la calle Serrano que no existía en esa época. Me morí allí caballero. ¿Le puedo quitar más tiempo? Allí caí rendido caballero, pero tal vez fue la herida que traía la que me hizo caer de bruces en esa huella hecha un barrial con la nieve derretida. Aunque el dolor fue grande al sentir bajo la manta el suelo helado, la misma nieve derretida me adormeció tan rápidamente que ya me olvidaba de la vida.
Silva era un hombre-niño enjuto, pálido a la luz de aquella mañana, pero abrigaba la esperanza de encontrar su destino y mi respuesta permitió una breve alegría en esos ojos finos y pequeños.
Siguió su camino sin voltear la vista. Nada había tras de él más que extensiones de nieve hacia la pampa.
(invierno 2005)
1 comentario:
Me dio como un escalofrío. Hay ternura en tu relato, a pesar de lo descarnado de la situación.
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