07 octubre 2014

Poco a poco la memoria remece los paisajes del Baker y las calles de Chiloé, abriéndose paso al presente

Melchor Navarro es el único nombre que se aferra a una de las cruces del Cementerio de Isla de los Muertos en la desembocadura del río Baker, comuna de Tortel.

La frase, escrita por deudos anónimos reza lo siguiente: "aquí yasen los restos mortales de Melchor Navarro fallecio el 2 de agosto del año 1906. A la edad de 35 años."
Fotografía: Francisco Croxatto, 2005

Con el hallazgo de una lista de 59 nombres de trabajadores fallecidos en Bajo Pisagua en 1906, hemos logrado rescatar del anonimato a las víctimas del abandono y la negligencia empresarial de aquella época, actitudes que no tuvieron sanción penal pese a haber causado una gran mortandad. 

Hoy tendrán sanción histórica.

Nuestro trabajo no sólo busca llegar a la verdad de lo acontecido aquel invierno de 1906. También se ocupa de establecer una conexión entre los obreros sepultados en el Baker y las familias descendientes. Y en esta tarea hemos avanzado paso a paso.

Por ejemplo, estamos en condiciones de afirmar que Melchor Navarro llevaba por segundo apellido Sánchez y se había casado en 1896 con María de Gracia Villarruel i Alderete.

También hemos logrado contactar a la familia de Enrique Cárdenas Cárcamo, fallecido el 27 de agosto junto a otros tres compañeros de faena.

A Casimiro Soto, muerto dos días después, el 29 de agosto, lo identificó un sobreviviente entrevistado por Antonio Soto en 1976 (Soto, 1976 en Ivanoff 2003).

Y hace pocos días conocimos por las redes sociales a un descendiente de Victoriano Caro Leiva, fallecido el 21 de septiembre y contando con 51 años de edad. Don Victoriano estaba en la faena del Baker junto a su hijo José Prudencio Caro Díaz, de 21 años, quien falleció un día después que su padre, el 22 de septiembre.

Pocos días después, el 26 aparecía el vapor Araucanía, que embarcó a los sobrevivientes de la tragedia, un total de 157 almas, de las cuales 8 fallecerían fuera del Baker y serían sepultados al parecer en sus lugares de origen en Chiloé.

Nuestro trabajo es lento, pero merece la pena, pues se trata de trabajadores que hasta ahora estaban doblemente sepultados: por sus muertes y por el olvido histórico al que se los ha sometido.