La primera vez que vi a Rosamel Gaete
estaba empotrado sobre una estupenda taza “lozapenco”.
Era blanquísima. Notábanse unas manchas verde agua caídas desde la pared
recién pintada.
Él lucía completamente ebrio.
Hipaba y lloraba escandalosamente.
Le acompañaban otros dos borrachos.
Uno era actor, el otro semi-poeta.
Cuidaban que no se fuese a ahogar
Cuidaban que no se fuese a ahogar
bajo su propia hez de derrotado.
Decidí retirarme.
Volver a la mesa.
Seguir tomando.
A lo lejos, Javier Solís
interpretaba uno de sus grandes éxitos.
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