- No voy contigo
todavía. Suéltame el dedo. Agradezco tu cortesía y la deferencia de no rajarme
la carne de un aventón.
La tranquilidad que necesito está aquí, en
este lago que sostiene mi cuerpo. Desnuda y transparente, el agua se queda
quieta bajo mi espalda y mi trasero. Me tomas como en esa imagen renacentista
donde dios acerca el índice a su hijo. No, no sé quien la pintó esa imagen,
poco me interesa. Pero ni tú eres dios ni yo tu hijo.
-¿Entonces? Digo,
dices con tu mirada que atraviesa el agua por lo profunda. Eres mi imagen:
solitario en soledad alada y en altísimo movimiento. Arriba apenas te diviso,
por lo negro que no deja ver mi alma. Soy tu espejo, según las creencias
antiguas de antiguos pueblos. Te vienes a mirar en mí, carroñero. En mí te deleitas,
sin dejar de volar en silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario