Viernes 08 de octubre de 2004
Llegamos a casa de
Pedro Isla como a las nueve y veinte de
la noche. No me costó mucho ubicar el trayecto. Era una pequeña aventura
recorrer en vehículo y de noche, una
ciudad desconocida. Calles raras, semáforos. Pero me llamó la atención que a
cada paso, en cada calle, en cada ambiente, reconocía entornos de ese Santiago
que amo. Esa ciudad que me acompaña. Esto es como ñuñoa, la arquitectura. Luego
pasábamos por sectores que me evocaban San Diego o Diez de Julio. La calle y
barrio donde vivía el artesano Isla eran similares a Renca o a Recoleta o a
sectores antiguos de Santiago. Disfruté mucho estas evocaciones.
Aparecían también
imágenes de Temuco, estilos y atmósferas del sur, de la vida del sur. Entonces
pensé que la identidad de los pueblos de Chile comparte una profundidad
similar, un estilo chileno que se resiste a definiciones estáticas y
categorizables. Las ciudades del sur conservan y actualizan la vida republicana
del país.
Estacionamos frente
a un portón negro de latón. Se parecía al portón blanco de la casa de mis tíos
en Macul, pero este era completamente negro y estaba al lado izquierdo del
sitio. La casa estaba a unos 20 metros de la reja, tal como me había comentado
don Pedro por teléfono.
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