Eso es lo dífícil de descifrar. Rastros que están bajo 20 o más centímetros de tierra. Árboles plantados en pequeñas cañadas, invisibles al ojo inexperto. Sepulturas que parecen chenques o que desaparecieron a nuestra mirada llana.
Hay que buscar con la memoria de lo desconocido, hay que imaginar la realidad para que así ella vuelva y se instale frente a nosotros para sorprendernos con su cotidiano poblamiento anónimo.
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