El hambre de llorar me tiene en los huesos. No lloro hace años ya. O más bien lloro hacia adentro y esa humedad va anegándome, agua sobre agua adentro. Como si ya fuese más del cien por ciento pura agua enlagrimada.
Y por fuera estoy hambriento. A veces la solución está en un paisaje rural donde la soledad pudiese parecerse a un regazo inmenso. Pero las alambradas lo han quemado todo ya.
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