Francisco Mena L. y Mauricio Osorio P.
(Artículo escrito a fines de 2010)
En el breve lapso de veinte años,
Aisén ha cambiado tanto que las reflexiones publicadas entonces, donde se veía
a la cultura de Aisén como producto del aislamiento, merecen ser analizadas críticamente
desde la perspectiva del presente. Si las reflexiones de aquella época ofrecían
también un resumen muy somero de la historia humana del territorio en el siglo
XX, este artículo provee además una oportunidad de hacer una historia de las
últimas décadas de ese siglo y la primera de éste a la vez que reflexionar
sobre el impacto de la conectividad en la identidad regional.[1]
De una cultura del aislamiento y de
familias autónomas, pareciera que se ha pasado a una cultura de las
comunicaciones globales donde gran parte de la actividad humana se entiende
inserta en un marco planetario, desde grandes empresas que crían y
comercializan salmones destinados principalmente al mercado europeo hasta
pequeños empresarios turísticos que dependen fundamentalmente de visitantes de
esas nacionalidades.
Las comunicaciones, el transporte o
como se dice hoy la “Conectividad”, es
un ejemplo típico de proceso sinérgico y acelerado, en el que diferentes
variables (ej. empresas productivas
privadas, aumento poblacional, servicios
públicos, telecomunicaciones, turismo) se alimentan unas a otras en una
verdadera escalada. Con fines netamente
operacionales -y ya que antes caracterizamos la cultura de Aisén por el
aislamiento- hemos optado por enfocarnos en
esta variable, pese a que puede considerarse una variable “forzante”,
que en gran medida determina a otras que luego la refuerzan y actúan sobre ella.
Esta rápida transformación –que ya
se veía venir cuando escribimos hace veinte años- no ha estado exenta de
contradicciones y curiosamente, son los recién llegados y la juventud quienes
suelen representar a “la tradición” mientras que los mayores suelen expresar su
desconcierto, divididos entre sus viejas costumbres y la promesa del “progreso”
y la superación de las penurias del aislamiento.
A principios de los años setenta la
Región estaba prácticamente incomunicada. Había un vuelo semanal entre
Coyhaique y Puerto Montt y una barcaza
comunicaba cada semana por mar Puerto Chacabuco y Puerto Montt o Quellón en la
X Región[2].
Las comunicaciones internas, por su parte, se hacían fundamentalmente en
aviones menores. Fue la comunicación aeronáutica con el exterior la que definió
la habilitación del aeropuerto de Balmaceda (inaugurado en 1969) y el eventual
reemplazo del aeródromo Teniente Vidal[3].
Hoy hay dos líneas aéreas que atienden la Región, con un promedio de tres vuelos diarios.
Uno de los factores más importantes
del cambio sociocultural en la región está
representado por la construcción de la Carretera Austral cuya concepción fue
temprana,[4]
pero que comenzó a concretarse a mediados de los setenta del siglo pasado. En
1976 el Ministerio de Obras Públicas dinamiza esta obra, comenzando en 1978 por
varios frentes e inaugurando en 1982 el tramo principal en su parte norte,
entre Coyhaique y Chaitén. El tramo sur se abrió recién al tráfico hasta
Cochrane en 1990, anexando Villa O’Higgins en 1999. En la medida que existían
ramales transversales (Ej. La Tapera-Alto Río Cisnes-Argentina; Mañihuales-Puerto
Aysén; Puerto Aysén-Coyhaique-Coyhaique Alto; valle Chacabuco-Guadal) se fueron
incorporando al trazado principal, en cambio otros se hicieron después (ej.
Tortel a fines del año 2003, Marín
Balmaceda el 2009, Bahía Exploradores aún por finalizar).
Aunque la Carretera Austral
contribuyó notablemente a mejorar el tránsito terrestre entre localidades de la
Región, la comunicación con el resto del país siguió dependiendo
fundamentalmente del tráfico naviero y aéreo[5].
Otro factor que hay que considerar
en el proceso de cambios que ha experimentado la cultura aisenina -que antes podía
definirse por el aislamiento-, han sido las comunicaciones. En el principio, el
gran elemento unificador fue la radio, aunque se escuchaban fundamentalmente
emisoras argentinas. La creación en 1960 de Radio Patagonia Chilena puede
considerarse un “hito” importante en la historia de la conectividad aisenina,
ya que –a diferencia de tantas otras iniciativas que emergieron y luego
desaparecieron- sigue vigente en la actualidad, aunque muchas de sus antiguas
funciones (ej. mensajes personales) hoy son desempeñadas por medios como la
telefonía o Internet. Once años más tarde surgió Radio Aysén (Puerto Aysén) y debieron pasar otros ocho
años para que surgieran casi
simultáneamente en Coyhaique las radios Santa María y Ventisqueros. Pero en los
ochenta surge una verdadera red de radios menores (en su mayoría radios FM
fundadas por el Padre Antonio Ronchi[6]) y
en los noventa se crean una cantidad de emisoras hasta en las localidades más
apartadas (muchas de ellas proyectos comunitarios financiados por las
municipalidades o el Gobierno Regional y otras empresas privadas FM).
Si hay que identificar a una
persona que definió como un servicio primordial mejorar la red de
comunicaciones, esa persona es el padre Ronchi, pero –aunque innegable- su
importancia en el desarrollo de la televisión rural habría sido imposible sin
la voluntad del gobierno de traer Televisión Nacional, primero en latas de cine
transmitidas en diferido, para luego llegar a crear un canal regional en los
ochenta.[7] La
coyuntura aprovechada por el padre Ronchi fue precisamente la decisión de
Televisión Nacional de abaratar costos desarmando el canal local, para comenzar
a transmitir vía satélite. Aunque en principio se contrató un satélite lejano y
se requería una antena prohibitivamente grande, la decisión de cambiarse a un
satélite más cercano abrió la oportunidad de instalar pequeñas antenas parabólicas que permitían tener acceso a la
televisión a comunidades que jamás lo habían soñado (y que hasta entonces, a lo
más, se beneficiaban de un pasapelículas en casa de algún profesor conectado a
varios televisores en el pueblo). En esta “ventana” entre la contratación de un
satélite cercano (1988) y la
codificación digital de la señal de TVN (1991) se instalaron una veintena de pequeños
canales locales, los cuales debieron limitarse posteriormente a ver la señal
del canal mexicano Eco, el único libre de codificación al alcance. Esta
situación motivó la donación por parte del gobierno de la época de decodificadores
(1994) y –al igual que en lo referente a otros medios de comunicación y/o
transporte- se produce entonces una verdadera “avalancha” de canales de
televisión.[8]
Aunque la radio satisfacía en parte
esa necesidad, ha sido en el plano de la telefonía y en menor medida Internet
donde las comunicaciones personales han experimentado mayor desarrollo. Algunas
de estas tecnologías son recientes y han tenido en todo el mundo un crecimiento
explosivo,[9]
pero es notable que entre los primeros teléfonos que llegaron a la Región (1918)
y la creación de una primera red domiciliaria (1960) transcurrieron varias
décadas y sin embargo bastaron sólo siete años para que el teléfono celular
pasara de ser un ítem escaso (1992) a la existencia de más de siete mil unidades
(1999) y una red que da servicios a comunidades tan distantes como Puerto
Ibáñez, Chile Chico o Cochrane. Incluso los pobladores de localidades ajenas a
esta red (ej. Caleta Tortel, Lago Verde
o Villa O’Higgins) han adquirido estos aparatos para comunicarse cuando visitan
localidades con acceso a este tipo de señal.[10]
Igual de explosiva ha sido la
masificación de Internet, que llegó por primera vez a la región a principios de
los noventa y actualmente sirve a más de
cuatro mil computadores, muchos de ellos unidades domésticas. Es interesante
señalar que hoy se ofrece Internet por cable telefónico (con y sin extensión
wi-fi), móvil (telefonía celular), vía estaciones de microondas y satelital,
solución esta última que ha permitido gozar de este servicio a localidades que
ni siquiera cuentan con telefonía, si bien es cierto que limitadas a unos pocos
recintos como son las bibliotecas públicas. Este sector de las comunicaciones
se ha desarrollado de modo paradójico, pues es clara la explosión de usuarios,
no así de abonados. El decrecimiento de la telefonía fija por una parte y la
implementación de servicios gratuitos y señales wi-fi públicas por otra,
explican esta situación. [11]
Este acelerado desarrollo de los
transportes y comunicaciones -tras un largo periodo de lentos avances y
frecuentes retrocesos- ha venido aparejado de un aumento explosivo del turismo,
la compra de tierras por extranjeros, la instalación de nuevas empresas
productivas (ej. salmoneras) y otros muchos desarrollos (aumento concentración
urbana, nuevos servicios y comercios, incluyendo universidades y especialidades
médicas). Por lo demás -como hemos dicho- este proceso no es privativo de
Aisén, ya que ha coincidido en gran medida con el fenómeno planetario de la
globalización y el desarrollo acelerado de las tecnologías de la comunicación
y la informática. El hecho innegable es
que en veinte años la conectividad de la Región ha cambiado y ya no se
justifica reducir sus factores culturales al “aislamiento”. Quizás este mismo
cambio acelerado responda al oportunismo
y flexibilidad que siempre ha caracterizado al hombre y mujer aiseninos:
autónomos y preocupados solo del presente. Las dicotomías maniqueas (ej.
jóvenes tradicionalistas vs. viejos modernistas; lugareños que miran hacia fuera
vs. extranjeros que miran hacia dentro) pueden ser un buen recurso para hacer
política o periodismo sensacionalista, pero no son más que una burda
simplificación en una región donde la mayoría de la gente está internamente
dividida, viendo tanto las ventajas como los problemas asociados a los cambios.
Aislamiento y Resistencia
El conflicto entre
modernidad/globalización y tradición/aislamiento se hace manifiesto en diversos
sectores de la actividad regional. El caso de la industria salmonera es particularmente
interesante puesto que si bien ha constituido un factor potente de cambio en
las prácticas e ideas culturales de los aiseninos, ha sido de alguna manera
“incorporado” a los modos de vida del litoral, sin provocar graves conflictos.
Por un lado el hecho de afectar un territorio litoraleño que al parecer no
forma parte de las narrativas de identidad dominantes a nivel regional y por
otro, el hecho de suceder en un espacio remoto hasta la invisibilidad, han
permitido que la industria salmonera se desarrolle con relativo éxito.
En cambio, el proyecto de represar
los ríos Baker y Pascua representa de un modo extremo el conflicto entre
tradición y globalización. Sin duda, la difusión de un modo de vida basado en
megaproyectos productivos a toda la Región así como un tendido de alta tensión
atenta contra las narrativas identitarias dominantes y es incompatible con un
modelo de futuro basado en el turismo y/o el fomento de una cultura
tradicional. Por ello, para muchos habitantes de la Región la única manera de confrontar
esta propuesta es dejar de lado los matices y tomar partido, pero es muy
probable que la mayoría de los aiseninos no vea esta oposición violenta entre
la conservación de los paisajes y tradiciones campesinas, por un lado y las
comodidades del “progreso”, por otro.
Si
bien podemos hablar de una “cultura del aislamiento” para referirnos a
las costumbres y valores tradicionales que dominaron la emergencia y desarrollo
de Aisén, hoy debiésemos hablar de una cultura cuya característica es una
peculiar postura ante la “globalización” a la que podríamos tal vez llamar
“cultura de la resistencia”. Aunque no necesariamente mayoritaria ni dominante
(difícilmente incluiríamos en ella a la mayoría de las autoridades políticas…)
esta es la postura más articulada, autoconsciente y vocal. Como revela un
reciente estudio sobre “Identidad Regional” (2010) esta “cultura de la
resistencia” representa a un número creciente de jóvenes que –nacidos y criados
en Aisén- tienen la oportunidad de visitar otras regiones del país
(generalmente para seguir estudios universitarios) y han vuelto decididos a
defender su Región de los supuestos “avances” asociados a la “modernización” e
inserción globales. Convencidos de que se puede aprender de lo vivido en otras
partes sin necesidad de pasar por el mismo proceso, este grupo critica al
“sistema” y cimenta su identidad en valores y prácticas tradicionales, como la
cercanía a la naturaleza, el compartir el mate o jugar al truco. Por su común
oposición al proyecto de las megarepresas, suele asociarse a este grupo con los
ecologistas extremos, muchos de ellos extranjeros que participan de una cultura
planetaria que privilegia la naturaleza y suele no estar interesada en las
tradiciones campesinas de Aisén.
Junto a esta “cultura de la
resistencia”, sin embargo, existen otras actitudes hacia la “globalización” y
conectividad. Sin duda observamos todavía la antigua “cultura del aislamiento”
aunque es francamente minoritaria y en retirada. Tan importante como ella
parece ser una actitud abierta al modernismo e interesada en que Aisén
participe plenamente de los fenómenos de la “globalización” (ej. tecnología,
comunicaciones).[12]
¿Fatalidad o realismo?
Como hemos señalado, sin embargo,
esta dicotomía entre tradicionalistas y modernistas, es una imagen falsa,
puesto que la mayoría de los habitantes de Aisén parecen estar divididos al
respecto. De hecho, el aislamiento y la toma de decisiones independientes
propia de las familias autónomas ha definido tradicionalmente una actitud más bien
“realista”, en la que se toma caso a caso lo que se estima útil, sin que primen
decisiones teóricas generales del tipo “todo o nada” (partidarios de la
modernización o de las tradiciones siempre). A riesgo de sonar “fatalistas”,
esta característica propia de una historia de relativo aislamiento y autonomía
no parecería una actitud viable frente a megaproyectos, que o son gigantes o no
se financian y, por ende, no son. Por otro lado, el turismo regional se
sustenta en gran parte en la visión romántica de un “halo” de lo remoto,
prístino e inexplorado y una sola represa o una planta industrial –aunque fuera
invisible y “en el valle de al lado”-
perjudica todo el atractivo de la Región. En estos casos, no es posible
buscar soluciones intermedias como proyectos más chicos compatibles con
emprendimientos turísticos y la mantención de un modo de vida campesino
tradicional.
Enfrentada bruscamente a su
inserción en los mercados globales (que se expanden vertiginosamente
hasta a los lugares más aislados…), la Región encara una dolorosa disyuntiva:
la de los bosques y ríos como paisajes o como recursos. Encara sobre todo el
riesgo de perder su identidad, una identidad que hasta ahora ha estado basada
fundamentalmente en la flexibilidad y el oportunismo, en el equilibrio entre
tradición y cambio.
[1] Este
ensayo se basa en reflexiones previas de los autores expresadas en el artículo “Aisén, espacio y sociedad”
(Revista CA, 1992) y el libro Aysén, matices de una identidad que asoma (2010).
[2] Si bien la primera línea regular de vapores entre
Puerto Montt y Puerto Aisén data de 1939, los primeros vuelos de aun antes
(intento del Tte. Merino Benítez por
crear una línea regular de aviones anfibios en 1929 que se suspendió
transcurridos menos de un año a causa de la caida y muerte de dos tripulantes
en el fiordo Aisén) y el Estado opera a través de la empresa naviera EMPREMAR
desde 1953 en la zona, las iniciativas centrales definieron un desarrollo lento
y errático (ej. hubo años en que se efectuaron dos viajes navieros semanales o
subsidios a embarcaciones por la ruta cordillera, que al año siguiente eran
suspendidos o revitalizados; empresas privadas que navegaban a Magallanes
recalaron intermitentemente en Puerto Aisén o Chacabuco) que pueden
considerarse apenas un factor más en erosionar lentamente una situación de
aislamiento.
[3] Que sin embargo siguió funcionando para vuelos
extraregionales al menos hasta mediados de los años noventa
[4] Ya el Intendente Marchant hablaba del camino
longitudinal durante su primera administración (1928-1931) y el Ministerio de
Obras Públicas contrató especialmente a Augusto Grosse para explorar rutas
terrestres que comunicaran internamente la región, conocimiento que aportó a
concretar posteriormente la idea de una ruta que uniera la región con las
regiones del norte del país.
[5] No existe ninguna línea de
transporte terrestre regular al “norte” o a Santiago que utilice la Carretera
Austral, privilegiando la vía marítima o bien la carretera por Argentina
[6] El año 2002 nace oficialmente la red Madipro,
reuniendo la Radio Santa María y seis emisoras creadas por el Padre Ronchi bajo
el Obispado
[7] La programación pregrabada en latas de cine comenzó en
1971 en Coyhaique y 1972 en Pto. Aysén; en 1985-86 en Chile Chico y Balmaceda.
[8] En 1995 y 1996 llegan a Coyhaique el Canal Trece UC,
Megavisión, Chilevisión, la televisión por cable y satelital
[9] Por lo que no podemos atribuir su desarrollo
regional solo a la necesidad de romper el aislamiento
[10] Mientras la telefonía móvil crece en el periodo
2000-2006 desde un 12% a un 56%, la telefonía fija experimenta un decrecimiento
desde un 42% a un 33%
[11] La
implementación de Internet en casi todas las bibliotecas públicas de la región
ha permitido el acceso a una gran cantidad de usuarios que no son abonados
argumentando como razón principal no poseer computador.
[12] Aunque tiene menos presencia mediática,
tal vez por estar avalada por la empresa privada y gran parte de las
autoridades políticas y otros tomadores de decisiones.
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