11 julio 2013

AISEN Entre dos Culturas


Francisco Mena L. y Mauricio Osorio P.

(Artículo escrito a fines de 2010)

En el breve lapso de veinte años, Aisén ha cambiado tanto que las reflexiones publicadas entonces, donde se veía a la cultura de Aisén como producto del aislamiento, merecen ser analizadas críticamente desde la perspectiva del presente. Si las reflexiones de aquella época ofrecían también un resumen muy somero de la historia humana del territorio en el siglo XX, este artículo provee además una oportunidad de hacer una historia de las últimas décadas de ese siglo y la primera de éste a la vez que reflexionar sobre el impacto de la conectividad en la identidad regional.[1]

De una cultura del aislamiento y de familias autónomas, pareciera que se ha pasado a una cultura de las comunicaciones globales donde gran parte de la actividad humana se entiende inserta en un marco planetario, desde grandes empresas que crían y comercializan salmones destinados principalmente al mercado europeo hasta pequeños empresarios turísticos que dependen fundamentalmente de visitantes de esas nacionalidades.

Las comunicaciones, el transporte o como se dice hoy la  “Conectividad”, es un ejemplo típico de proceso sinérgico y acelerado, en el que diferentes variables (ej. empresas  productivas privadas, aumento poblacional,  servicios públicos, telecomunicaciones, turismo) se alimentan unas a otras en una verdadera escalada.  Con fines netamente operacionales -y ya que antes caracterizamos la cultura de Aisén por el aislamiento- hemos optado por enfocarnos en  esta variable, pese a que puede considerarse una variable “forzante”, que en gran medida determina a otras que luego la refuerzan y actúan sobre ella.

Esta rápida transformación –que ya se veía venir cuando escribimos hace veinte años- no ha estado exenta de contradicciones y curiosamente, son los recién llegados y la juventud quienes suelen representar a “la tradición” mientras que los mayores suelen expresar su desconcierto, divididos entre sus viejas costumbres y la promesa del “progreso” y la superación de las penurias del aislamiento.

A principios de los años setenta la Región estaba prácticamente incomunicada. Había un vuelo semanal entre Coyhaique y Puerto Montt y  una barcaza comunicaba cada semana por mar Puerto Chacabuco y Puerto Montt o Quellón en la X Región[2]. Las comunicaciones internas, por su parte, se hacían fundamentalmente en aviones menores. Fue la comunicación aeronáutica con el exterior la que definió la habilitación del aeropuerto de Balmaceda (inaugurado en 1969) y el eventual reemplazo del aeródromo Teniente Vidal[3]. Hoy hay dos líneas aéreas que atienden la Región, con un promedio de  tres vuelos diarios.

Uno de los factores más importantes del cambio sociocultural en la región está representado por la construcción de la Carretera Austral cuya concepción fue temprana,[4] pero que comenzó a concretarse a mediados de los setenta del siglo pasado. En 1976 el Ministerio de Obras Públicas dinamiza esta obra, comenzando en 1978 por varios frentes e inaugurando en 1982 el tramo principal en su parte norte, entre Coyhaique y Chaitén. El tramo sur se abrió recién al tráfico hasta Cochrane en 1990, anexando Villa O’Higgins en 1999. En la medida que existían ramales transversales (Ej. La Tapera-Alto Río Cisnes-Argentina; Mañihuales-Puerto Aysén; Puerto Aysén-Coyhaique-Coyhaique Alto; valle Chacabuco-Guadal) se fueron incorporando al trazado principal, en cambio otros se hicieron después (ej. Tortel a  fines del año 2003, Marín Balmaceda el 2009, Bahía Exploradores aún por finalizar).

Aunque la Carretera Austral contribuyó notablemente a mejorar el tránsito terrestre entre localidades de la Región, la comunicación con el resto del país siguió dependiendo fundamentalmente del tráfico naviero y aéreo[5].

Otro factor que hay que considerar en el proceso de cambios que ha experimentado la cultura aisenina -que antes podía definirse por el aislamiento-, han sido las comunicaciones. En el principio, el gran elemento unificador fue la radio, aunque se escuchaban fundamentalmente emisoras argentinas. La creación en 1960 de Radio Patagonia Chilena puede considerarse un “hito” importante en la historia de la conectividad aisenina, ya que –a diferencia de tantas otras iniciativas que emergieron y luego desaparecieron- sigue vigente en la actualidad, aunque muchas de sus antiguas funciones (ej. mensajes personales) hoy son desempeñadas por medios como la telefonía o Internet. Once años más tarde surgió Radio Aysén  (Puerto Aysén) y debieron pasar otros ocho años  para que surgieran casi simultáneamente en Coyhaique las radios Santa María y Ventisqueros. Pero en los ochenta surge una verdadera red de radios menores (en su mayoría radios FM fundadas por el Padre Antonio Ronchi[6]) y en los noventa se crean una cantidad de emisoras hasta en las localidades más apartadas (muchas de ellas proyectos comunitarios financiados por las municipalidades o el Gobierno Regional y otras empresas privadas FM).

Si hay que identificar a una persona que definió como un servicio primordial mejorar la red de comunicaciones, esa persona es el padre Ronchi, pero –aunque innegable- su importancia en el desarrollo de la televisión rural habría sido imposible sin la voluntad del gobierno de traer Televisión Nacional, primero en latas de cine transmitidas en diferido, para luego llegar a crear un canal regional en los ochenta.[7] La coyuntura aprovechada por el padre Ronchi fue precisamente la decisión de Televisión Nacional de abaratar costos desarmando el canal local, para comenzar a transmitir vía satélite. Aunque en principio se contrató un satélite lejano y se requería una antena prohibitivamente grande, la decisión de cambiarse a un satélite más cercano abrió la oportunidad de instalar pequeñas antenas  parabólicas que permitían tener acceso a la televisión a comunidades que jamás lo habían soñado (y que hasta entonces, a lo más, se beneficiaban de un pasapelículas en casa de algún profesor conectado a varios televisores en el pueblo). En esta “ventana” entre la contratación de un satélite cercano (1988) y  la codificación digital de la señal de TVN (1991) se instalaron una veintena de pequeños canales locales, los cuales debieron limitarse posteriormente a ver la señal del canal mexicano Eco, el único libre de codificación al alcance. Esta situación motivó la donación por parte del gobierno de la época de decodificadores (1994) y –al igual que en lo referente a otros medios de comunicación y/o transporte- se produce entonces una verdadera “avalancha” de canales de televisión.[8]

Aunque la radio satisfacía en parte esa necesidad, ha sido en el plano de la telefonía y en menor medida Internet donde las comunicaciones personales han experimentado mayor desarrollo. Algunas de estas tecnologías son recientes y han tenido en todo el mundo un crecimiento explosivo,[9] pero es notable que entre los primeros teléfonos que llegaron a la Región (1918) y la creación de una primera red domiciliaria (1960) transcurrieron varias décadas y sin embargo bastaron sólo siete años para que el teléfono celular pasara de ser un ítem escaso (1992) a la existencia de más de siete mil unidades (1999) y una red que da servicios a comunidades tan distantes como Puerto Ibáñez, Chile Chico o Cochrane. Incluso los pobladores de localidades ajenas a esta red  (ej. Caleta Tortel, Lago Verde o Villa O’Higgins) han adquirido estos aparatos para comunicarse cuando visitan localidades con acceso a este tipo de señal.[10]

Igual de explosiva ha sido la masificación de Internet, que llegó por primera vez a la región a principios de los noventa y actualmente sirve  a más de cuatro mil computadores, muchos de ellos unidades domésticas. Es interesante señalar que hoy se ofrece Internet por cable telefónico (con y sin extensión wi-fi), móvil (telefonía celular), vía estaciones de microondas y satelital, solución esta última que ha permitido gozar de este servicio a localidades que ni siquiera cuentan con telefonía, si bien es cierto que limitadas a unos pocos recintos como son las bibliotecas públicas. Este sector de las comunicaciones se ha desarrollado de modo paradójico, pues es clara la explosión de usuarios, no así de abonados. El decrecimiento de la telefonía fija por una parte y la implementación de servicios gratuitos y señales wi-fi públicas por otra, explican esta situación. [11]

Este acelerado desarrollo de los transportes y comunicaciones -tras un largo periodo de lentos avances y frecuentes retrocesos- ha venido aparejado de un aumento explosivo del turismo, la compra de tierras por extranjeros, la instalación de nuevas empresas productivas (ej. salmoneras) y otros muchos desarrollos (aumento concentración urbana, nuevos servicios y comercios, incluyendo universidades y especialidades médicas). Por lo demás -como hemos dicho- este proceso no es privativo de Aisén, ya que ha coincidido en gran medida con el fenómeno planetario de la globalización y el desarrollo acelerado de las tecnologías de la comunicación y  la informática. El hecho innegable es que en veinte años la conectividad de la Región ha cambiado y ya no se justifica reducir sus factores culturales al “aislamiento”. Quizás este mismo cambio acelerado responda al  oportunismo y flexibilidad que siempre ha caracterizado al hombre y mujer aiseninos: autónomos y preocupados solo del presente. Las dicotomías maniqueas (ej. jóvenes tradicionalistas vs. viejos modernistas; lugareños que miran hacia fuera vs. extranjeros que miran hacia dentro) pueden ser un buen recurso para hacer política o periodismo sensacionalista, pero no son más que una burda simplificación en una región donde la mayoría de la gente está internamente dividida, viendo tanto las ventajas como los problemas asociados a los cambios.

Aislamiento y Resistencia

El conflicto entre modernidad/globalización y tradición/aislamiento se hace manifiesto en diversos sectores de la actividad regional. El caso de la industria salmonera es particularmente interesante puesto que si bien ha constituido un factor potente de cambio en las prácticas e ideas culturales de los aiseninos, ha sido de alguna manera “incorporado” a los modos de vida del litoral, sin provocar graves conflictos. Por un lado el hecho de afectar un territorio litoraleño que al parecer no forma parte de las narrativas de identidad dominantes a nivel regional y por otro, el hecho de suceder en un espacio remoto hasta la invisibilidad, han permitido que la industria salmonera se desarrolle con relativo éxito.
 
En cambio, el proyecto de represar los ríos Baker y Pascua representa de un modo extremo el conflicto entre tradición y globalización. Sin duda, la difusión de un modo de vida basado en megaproyectos productivos a toda la Región así como un tendido de alta tensión atenta contra las narrativas identitarias dominantes y es incompatible con un modelo de futuro basado en el turismo y/o el fomento de una cultura tradicional. Por ello, para muchos habitantes de la Región la única manera de confrontar esta propuesta es dejar de lado los matices y tomar partido, pero es muy probable que la mayoría de los aiseninos no vea esta oposición violenta entre la conservación de los paisajes y tradiciones campesinas, por un lado y las comodidades del “progreso”, por otro.

Si  bien podemos hablar de una “cultura del aislamiento” para referirnos a las costumbres y valores tradicionales que dominaron la emergencia y desarrollo de Aisén, hoy debiésemos hablar de una cultura cuya característica es una peculiar postura ante la “globalización” a la que podríamos tal vez llamar “cultura de la resistencia”. Aunque no necesariamente mayoritaria ni dominante (difícilmente incluiríamos en ella a la mayoría de las autoridades políticas…) esta es la postura más articulada, autoconsciente y vocal. Como revela un reciente estudio sobre “Identidad Regional” (2010) esta “cultura de la resistencia” representa a un número creciente de jóvenes que –nacidos y criados en Aisén- tienen la oportunidad de visitar otras regiones del país (generalmente para seguir estudios universitarios) y han vuelto decididos a defender su Región de los supuestos “avances” asociados a la “modernización” e inserción globales. Convencidos de que se puede aprender de lo vivido en otras partes sin necesidad de pasar por el mismo proceso, este grupo critica al “sistema” y cimenta su identidad en valores y prácticas tradicionales, como la cercanía a la naturaleza, el compartir el mate o jugar al truco. Por su común oposición al proyecto de las megarepresas, suele asociarse a este grupo con los ecologistas extremos, muchos de ellos extranjeros que participan de una cultura planetaria que privilegia la naturaleza y suele no estar interesada en las tradiciones campesinas de Aisén.

Junto a esta “cultura de la resistencia”, sin embargo, existen otras actitudes hacia la “globalización” y conectividad. Sin duda observamos todavía la antigua “cultura del aislamiento” aunque es francamente minoritaria y en retirada. Tan importante como ella parece ser una actitud abierta al modernismo e interesada en que Aisén participe plenamente de los fenómenos de la “globalización” (ej. tecnología, comunicaciones).[12]


¿Fatalidad o realismo?

Como hemos señalado, sin embargo, esta dicotomía entre tradicionalistas y modernistas, es una imagen falsa, puesto que la mayoría de los habitantes de Aisén parecen estar divididos al respecto. De hecho, el aislamiento y la toma de decisiones independientes propia de las familias autónomas ha definido tradicionalmente una actitud más bien “realista”, en la que se toma caso a caso lo que se estima útil, sin que primen decisiones teóricas generales del tipo “todo o nada” (partidarios de la modernización o de las tradiciones siempre). A riesgo de sonar “fatalistas”, esta característica propia de una historia de relativo aislamiento y autonomía no parecería una actitud viable frente a megaproyectos, que o son gigantes o no se financian y, por ende, no son. Por otro lado, el turismo regional se sustenta en gran parte en la visión romántica de un “halo” de lo remoto, prístino e inexplorado y una sola represa o una planta industrial –aunque fuera invisible y “en el valle de al lado”-  perjudica todo el atractivo de la Región. En estos casos, no es posible buscar soluciones intermedias como proyectos más chicos compatibles con emprendimientos turísticos y la mantención de un modo de vida campesino tradicional.

Enfrentada bruscamente a  su  inserción en los mercados globales (que se expanden vertiginosamente hasta a los lugares más aislados…), la Región encara una dolorosa disyuntiva: la de los bosques y ríos como paisajes o como recursos. Encara sobre todo el riesgo de perder su identidad, una identidad que hasta ahora ha estado basada fundamentalmente en la flexibilidad y el oportunismo, en el equilibrio entre tradición y cambio.


[1] Este ensayo se basa en reflexiones previas de los autores expresadas en  el artículo “Aisén, espacio y sociedad” (Revista CA, 1992) y el libro Aysén, matices de una identidad que asoma (2010).
[2] Si bien la primera línea regular de vapores entre Puerto Montt y Puerto Aisén data de 1939, los primeros vuelos de aun antes (intento  del Tte. Merino Benítez por crear una línea regular de aviones anfibios en 1929 que se suspendió transcurridos menos de un año a causa de la caida y muerte de dos tripulantes en el fiordo Aisén) y el Estado opera a través de la empresa naviera EMPREMAR desde 1953 en la zona, las iniciativas centrales definieron un desarrollo lento y errático (ej. hubo años en que se efectuaron dos viajes navieros semanales o subsidios a embarcaciones por la ruta cordillera, que al año siguiente eran suspendidos o revitalizados; empresas privadas que navegaban a Magallanes recalaron intermitentemente en Puerto Aisén o Chacabuco) que pueden considerarse apenas un factor más en erosionar lentamente una situación de aislamiento.
[3] Que sin embargo siguió funcionando para vuelos extraregionales al menos hasta mediados de los años noventa
[4] Ya el Intendente Marchant hablaba del camino longitudinal durante su primera administración (1928-1931) y el Ministerio de Obras Públicas contrató especialmente a Augusto Grosse para explorar rutas terrestres que comunicaran internamente la región, conocimiento que aportó a concretar posteriormente la idea de una ruta que uniera la región con las regiones del norte del país.
[5]  No existe ninguna línea de transporte terrestre regular al “norte” o a Santiago que utilice la Carretera Austral, privilegiando la vía marítima o bien la carretera por Argentina
[6] El año 2002 nace oficialmente la red Madipro, reuniendo la Radio Santa María y seis emisoras creadas por el Padre Ronchi bajo el Obispado
[7] La programación pregrabada en latas de cine comenzó en 1971 en Coyhaique y 1972 en Pto. Aysén; en 1985-86 en Chile Chico y Balmaceda.
[8] En 1995 y 1996 llegan a Coyhaique el Canal Trece UC, Megavisión, Chilevisión, la televisión por cable y satelital
[9] Por lo que no podemos atribuir su desarrollo regional  solo a  la necesidad de romper el aislamiento
[10] Mientras la telefonía móvil crece en el periodo 2000-2006 desde un 12% a un 56%, la telefonía fija experimenta un decrecimiento desde un 42% a un 33%
[11] La implementación de Internet en casi todas las bibliotecas públicas de la región ha permitido el acceso a una gran cantidad de usuarios que no son abonados argumentando como razón principal no poseer computador. 
[12] Aunque tiene menos presencia mediática, tal vez por estar avalada por la empresa privada y gran parte de las autoridades políticas y otros tomadores de decisiones.

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