Leonor saldrá hacia nosotros
en pocas semanas más
Se adelantará a la otra explosión
que llenará el aire de furor
Pero leonor nos llenará de más
y más amor
Llegará llena de pulmones en grito
la queremos escuchar pronto.
Mientras tanto Leonor patea y se revuelca en su piscina
y escucha nuestras sorpresas
nuestros afanes de espera impaciente.
26 febrero 2007
24 febrero 2007
Contrapunto sin guitarra
Gaete
Buenas tardes jovencito
Recibí su invitación
Para medir con un palito
Nuestra improvisación
Gaete
Buenas tardes jovencito
Recibí su invitación
Para medir con un palito
Nuestra improvisación
Osorio
Así veo caballero
Llega usted justo a la hora
Se decía en el potrero
“Ya no viene la cotorra”
Gaete
Dígame usted señorito
Quién le ha contado ese cuento?
Llevo añazos y no añitos
Payando a los cuatro vientos
Osorio
Siempre habrá muy mal hablaos
Que les gusta difamar
Alléguese aquí a mi lao
Pa que podamos payar!
Gaete
Aquí no más me quedo.
Por si no lo sabe usté,
Un contrapunto certero
Se lleva mejor de a pie
Osorio
Como guste Rosamel
Yo me quedo aquí a este lao
Tengo mesa con mantel
Pa’ servírmelo pelao
Gaete
Pa’ pelarme de a de veras
Necesita usted sapiencia
No le bastan las dos brevas
Que brillan por su ausencia
Osorio
Qué lucidez, amigo mío
Para ver lo que no está
No será que en el avío
Trae presta la maldá?
Gaete
Mi estimado contrincante
No se esconde la maldá
Se la lleva por delante
Y se clava en la heredá
Osorio
Ocurrente el consejero
Mas se pierde en su pensar
Yo no soy atracadero
Para un barco sin anclar
Gaete
No vine a buscar orilla
Donde todo es pampa y campo
Desenfundo mis cuartillas
Si me ventean con llampo
Osorio
¡Las palabras que conoce!
Se destaca su glosario
A ver si me reconoce
Que utiliza el diccionario
Gaete
El diccionario y el oído
Porque escucho a la natura
El suave rugir del río
O los suspiros de la luna
Osorio
Son suspiros de mentira
Inventiva de “pueta”
Verdadero el que suspira
Entremedio de unas tetas
Gaete
Harto fome su cuarteta
Se parece a un regalito
Que encontré como dobleta
Del que engrupe con versitos
Osorio
Yo no engrupo con mi canto
Aunque a usted(es) se le aparezca
Fácil es usar el manto
Cuando brilla como yesca
Gaete
Ni tan seco ni tan bardo
Improviso ciertas loas
Hago miel con el lunfardo
mermeladas con el coa
Osorio
Láncese alguna cosa
Que demuestre su decir
Si no, cávese la fosa
Pa’ poderme despedir
Gaete
Agárrese la clavija
que aquí le va un ejemplo
si le muestran la sortija
tape rápido ese templo
Osorio
Suena más como a cristiano
Ese cuarto sin zorrera
Se me hace muy lejano
Que este encuentro tenga vera
Gaete
Tal parece que se espanta
Enmudece su pensar
Ni siquiera me adelanta
Pa’ pedir finalizar
Osorio
Como quiera don Gaete
Terminar o proseguir
que le pise los juanetes
O le tire un calcetín
Gaete
Yo prefiero un corolario
Si me permite sugerir
Pa’ payar no hay que ser sabio
y tampoco ser tan gil
Osorio
Le hallo razón en esto
ha ganado usted al fin
ya me callo y no contesto
porque aquí empieza el cahuín
16 febrero 2007
Notas de campo
Puerto Ibáñez, 16/03/2001
Viento todo el día. Casi las seis de la tarde y los árboles de la plaza son azotados sin pausa por un viento que corre hacia el sureste. Aparecen figuras de niños, hombres y mujeres entre la polvareda que se levanta.
Al oeste del pueblo persiste la imagen polvorienta sobre el río Ibáñez y su desembocadura... un río de arena y agua que avanza sobre el aire...
¿Por dónde empezar este catastro cultural? ¿En Ibáñez por los Artesanos? ¿Qué es Puerto Ibáñez? ¿Una ciudad/pueblo/poblado semi fantasma, con casas derruídas donde conviven el ladrillo y el abobe –agónicos aún- con las latas, las tablas y las tejuelas? (agónicas también ellas).
13 febrero 2007
Nociones del Tipo
Este es el tipo. O al menos la noción que cualquiera puede hacerse de él. De blanco riguroso (aunque esa tenida solía presentar ciertas zonas percudidas e incluso otras levemente manchadas) efectúa sus tareas y reflexiona como el tipo bien criado que es.
I’m out –piensa el tipo, cuando mira toda la ciudad por la ventana- and nobody going to fuck my life again. Satisfecho con el meditado improperio dirigido a la humanidad toda, vuelve sobre sus pasos para tomar su chaqueta, que yace en el respaldo de la silla. Se la coloca y abandona el departamento. Utilizar el poco inglés que aprendió de niño era una forma delicada de putear a todo el mundo mediocre y mal parido, que le había hecho imposible la vida hasta ese bendito día de marzo, realzado por una leve y cálida brisa desprendida de la agonía veraniega en la avenida principal de Papudo, balneario inolvidable, ya tan alejado de su propia historia citadina. Era cierto, un día lejano de marzo, con la brisa despeinándole el cabello semicano, arrasado por los años a la altura de la frente, había por fin sentido la libertad que otorga la soledad. La decisión de estarse solo el resto de la vida, sin dar explicaciones, sin atender comentarios, sin considerar las lágrimas de los que caerían abandonados frente al abrazo que le obsequiaba el destino. No era ciertamente el último día de las mismas vacaciones que la familia venía repitiendo por años. En realidad sólo llevaban una semana, porque al igual que muchos otros familiones aburguesados, elegían las últimas semanas estivales –el crepúsculo del descanso decía su pareja, en tono poético- para evitarse el desagradable espectáculo de carpas, melones y cajas de vino extensamente difundido por todo el litoral central como una patética moda popular implementada en la antaño hermosa Cartagena, convertida hace solo un par de años en el epicentro de la porquería veraniega. Sencillamente su paseo de atardecer por la costanera se convirtió en una frenética búsqueda de algún bus que le sacara de allí, llevándolo de vuelta a la ciudad. Logró llegar a su casa, sacó dinero de la caja fuerte y se marchó a un hotel, dejando eso sí una breve nota en el refrigerador: ¡No me busquen, mierdas!.
Ahora vivía tranquilo en aquel departamento, mirando todo desde lo alto, disfrutando la superioridad de su soledad. Siempre que salía a enfrentar la calle, observaba el balcón donde un pequeño colgante oriental musicalizaba eternamente la rutina de su nueva vida. Esa mañana se dirigió a finiquitar los últimos asuntos legales que involucraban las propiedades heredadas de su abuelo.
Luego de contabilizar 10 minutos de espera en la atiborrada notaría, el tipo logró que le atendieran. Pero eso ahora no importa demasiado. Más relevante resulta describir la acción que emprendió cuando se disponía a cancelar los servicios notariales. Dirigió sus pasos a la caja, con el recibo de cancelación en su mano derecha. Mientras esperaba a la cajera, el tipo se dedicó a mirar a una funcionaria regordeta que se encontraba en el mesón aledaño a la caja. Tanto y tan pacientemente observó a la mujer que logró encontrar una diminuta excusa para burlarse de ella. No era nada su excesiva masa corporal, su desfigurada cara de payasa de circo pobre. Lo maravilloso residía en un recodo de su blusa acrílica de media manga, de un celeste ahogado, que intentaba combinar con la vulgaridad de una chomba de cuello leonino y sin mangas. El tipo reconoció un diminuto orificio en la costura de la manga derecha, a la altura de lo que en cuerpos normales es el fin de la comisura delantera de una axila. Pero que en esta joven regordeta era una masa informe. Ahí el orificio, mostrando levemente la carne blanquecina, considerando movimientos rítmicos al son de los brazos afanados por seguir unas manos que intentaban danzar sobre una moderna máquina de escribir.
El tipo disfrutó la espera observando el tajo provocado por un rebelde hilo descosido y despreciando esa falsa postura de impecable funcionaria que escondía la vulgaridad de una mujer mal vestida. Pensó entonces que si en una notaría en pleno barrio ejecutivo de la ciudad se permitía tamaña indecencia para los clientes, él muy bien podía hurgarse la nariz sin esperar que nadie le dirigiera la menor atención. Cuando se disponía a comprobar su hipótesis, se le ocurrió una idea mejor: burlarse de la gordita a vista y paciencia de todos. Así lograría un efecto superior, esos autómatas se darían cuenta y actuarían en consecuencia.
Sacó entonces la aguja y el hilo que siempre cargaba consigo previendo todo tipo de situaciones (dentro de las que ésta por supuesto, estaba debidamente clasificada en la sección inmundicias leves) y mirando fijo, pero con amabilidad a la mujer celeste, le ofreció coserle el hoyo. La mujer quedó estupefacta y sólo atinó a recoger el brazo derecho sobre sus inmensas pechugas para esconder así el hoyo descubierto. Se levantó de la silla trastabillando y a punto de soltar las lágrimas apuró el paso, hacia el baño del personal donde se encerró.
El tipo sonreía complacido en su obra. Esperaba también que alguno de los inmóviles espectadores reaccionara y lo imprecara por su osadía. Ello efectivamente ocurrió: un hombre bajito, ya viejo, que le hizo recordar a cierto senador de la república, se le acercó profiriendo gruesas palabras en su contra. Le tiró la chaqueta por la parte baja (que era lo que podía alcanzar dada su estatura) exigiéndole diera la cara, llenándole de improperios perfectamente ajustados al vocabulario distinguido de un señor de notaría y definitivamente amenazándolo con una querella por injurias y amenazas con alevosía en un espacio público y a la vista de casi dos decenas de testigos. Mientras escuchaba a sus espaldas todo el sermón, el tipo pensaba que sería un enfrentamiento con algo así como un abogado de medio pelo. Volteó lentamente con la aguja y el hilo aún en su mano y preparando una carcajada como introducción, comenzó a disparar una seguidilla de garabatos, conservando una excelente dicción en el hablar, lo que hacía aparecer a las gruesas frases como versos de la mejor literatura romántica de Inglaterra…pues el tipo socarronamente le lanzó la caballada en un perfecto inglés, mientras recogía el hilo sobre la misma aguja y clavaba esta última en el bolsillo interior de su cuidada chaqueta. Luego pidió permiso sin dejar de reír, buscó la salida y se fue. El pequeño viejecito quedó vencido por la impresión, pero mascando la redacción de la querella. Las demás personas, entre risas escondidas y falso sentimiento de enojo, retomaron sus labores, quizás acostumbradas a presenciar cada cierto tiempo, discusiones y alegatos propios de un recinto público como ese. La cajera que ya había vuelto de consolar a su colega, continuó cobrándose de los clientes, las dactilógrafas siguieron redactando poderes y escrituras, el notario al parecer ni se enteró de lo ocurrido, pues no se le vio por ningún lado. Estaría estampando su firma en cada documento que llegaba a su escritorio.
El tipo tuvo que volver pocos meses después a la notaría. El que casi parecía abogado había cumplido su amenaza, llevándolo a un juicio rápido (lo que le había convencido sobre la calidad de la nueva justicia), cuya sentencia consistió en el pago de una multa y en la obligación de pedir públicas disculpas a la afectada en un plazo no superior a cuatro meses desde la fecha de la resolución judicial. Sin abandonar la sonrisa, el tipo hizo su aparición en la oficina el último lunes del cuarto mes y solicitó la atención de todo el mundo presente.
Muy buenos días, damas, caballeros. Estoy aquí esta mañana para cumplir con una sentencia que no merezco, pero que en realidad me da igual. Vengo a pedir públicas disculpas (esto lo dijo con un sarcasmo preciso para que todos entendieran que nada de ello era verdadero) a la señorita esta (miró a la mujer ofendida con fijeza, obligándola a sentirse responsable de este nuevo bochorno). Le pido disculpas por mi indiscreción de hace varios meses atrás y espero que no me guarde rencor alguno, porque yo sólo le dije lo que nadie de los que se dicen sus colegas, jefes y clientes, fue capaz de informarle nunca. Así las cosas, me despido amablemente de usted y sólo me resta decirle, también públicamente, que espero esto le haya servido a usted para fijarse un poquito más en cómo sale vestida a la calle, porque son miles los que se sienten ofendidos por el mal gusto y la indecencia de los demás, pero sólo hay unos pocos como yo que se atreven a decirlo con elegancia y respeto. Sobre todo respeto. Por eso el tipo consideraba que la sentencia estaba fuera de lugar, era absurda, inservible. Él había detectado una falta a la estética, la había declarado a viva voz y además había ofrecido la solución en el acto. Todo con el debido respeto a su propio e inviolable gusto.
Ese día lunes vestía de negro riguroso. Era lo que tocaba según el orden diario que utilizaba para combinar sus únicas dos tenidas. Blanco de pies a cabeza; luego blanco el pantalón y negras la camisa y la chaqueta; luego negro total; le seguía blanco completo arriba y negro el pantalón; al quinto día correspondía negro con el toque blanco de la camisa, para posteriormente pasar al blanco completo sobre una bien planchada camisa negra. El séptimo día –no el último, porque no lo había- tocaba una combinación de camisa y pantalones negros acompañados de chaqueta blanca al que le seguía la combinación inversa. Ese lunes era el negro absoluto y por ello se sentía especialmente inclinado a la arrogancia.
09 febrero 2007
Quemar las alas
He venido aquí pendiendo de un hilo hirsuto
apagado pese a la clara luna que se mece con el viento
sobre mis pasos la grosera muerte
avanza desganada
a la rastra con sus carnes amarillas
que suelen deslizarse desde el ropaje
plagado de remiendos burdos y provincianos
¡Ay! Qué muerte más famélica me persigue,
¡Qué patética fealdad posee su memoria!
Pero he llegado.
Con las alas equilibradas en mi alma
y este cuerpoque no se anima resplandecer
ante el oleaje de plumas azules
intuido en un horizonte recortado
He llegado montado en un cansancio
de animales carcomidos
con ganas de posar mi humanidad sobre la hierba lastimada
por el hedor que me anticipa.
Estoy aquí,
hecho un atado de harapos ante ustedes
¡Qué tienen que decirme!
No les oigo.
¿Que me acerque?
¡Inútiles!
Enciendan ya la hoguera
el fuego acecha vuestras manos
cójanlo de una vez
como a una flor caída, pero bella.
Arrímenlo a los leños
¡Que arda ya la hoguera!
He venido a quemar las alas de mi alma
y ustedes yacen ahí paralizados.
Parecen más muertos que el futuro mío
en estas tierras.
08 febrero 2007
¿Y qué tengo de valor en los bolsillos?, me pregunto. Nada.
Recuerdo una historia que contaba el padre de mi padre (abuelo alcancé a decirle un par de veces, antes que mi padre dejara de verlo, enceguecido por el rencor): En los sueños se veía caminando –en la noche- por la orilla de uno de los cercos que dividían los potreros. Avanzaba, llenos los bolsillos de monedas. De pronto comenzaba a sentir que las monedas se le iban cayendo, que los bolsillos estaban rotos, que las monedas sonaban sobre las piedras del camino, que se quedaba sin un duro.
Sus bolsillos estaban enteros, sin orificio alguno.
Recuerdo una historia que contaba el padre de mi padre (abuelo alcancé a decirle un par de veces, antes que mi padre dejara de verlo, enceguecido por el rencor): En los sueños se veía caminando –en la noche- por la orilla de uno de los cercos que dividían los potreros. Avanzaba, llenos los bolsillos de monedas. De pronto comenzaba a sentir que las monedas se le iban cayendo, que los bolsillos estaban rotos, que las monedas sonaban sobre las piedras del camino, que se quedaba sin un duro.
Sus bolsillos estaban enteros, sin orificio alguno.
07 febrero 2007
La primera vez que vi a Rosamel Gaete
estaba empotrado sobre una estupenda taza “lozapenco”.
Era blanquísima. Notábanse unas manchas verde agua caídas desde la pared
recién pintada.
Él lucía completamente ebrio.
Hipaba y lloraba escandalosamente.
Le acompañaban otros dos borrachos.
Uno era actor, el otro semi-poeta.
Cuidaban que no se fuese a ahogar
Cuidaban que no se fuese a ahogar
bajo su propia hez de derrotado.
Decidí retirarme.
Volver a la mesa.
Seguir tomando.
A lo lejos, Javier Solís
interpretaba uno de sus grandes éxitos.
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