Tumba aislada conocida como “La Chonka”. Carretera austral, comuna de Tortel
VI
En una tierra modelada por la lluvia, descansaba la Chonka. Estaba triste cuando hallamos la empalizada. Y aunque no sintió nuestra curiosidad viva a cada paso entre el tupido bosquete que iba a enjugarse en el caudal silente del Baker, temo que supo de estas fotografías y nada podía hacer con su imagen humedecida. Solo el ciprés que la cercaba le sobrevivía, trayéndola con la crudeza de la soledad más radical hasta nuestras almas de niños curiosos.
En una tierra modelada por la lluvia, descansaba la Chonka. Estaba triste cuando hallamos la empalizada. Y aunque no sintió nuestra curiosidad viva a cada paso entre el tupido bosquete que iba a enjugarse en el caudal silente del Baker, temo que supo de estas fotografías y nada podía hacer con su imagen humedecida. Solo el ciprés que la cercaba le sobrevivía, trayéndola con la crudeza de la soledad más radical hasta nuestras almas de niños curiosos.
Seguíamos entonces debajo de la claridad eterna del agua cuando nos enteramos que Tortel guardaba otro cementerio, alejado de la fama de la Isla de los Muertos[1] y ya sin uso, pues el cementerio municipal era ahora el que recibía. Era el cementerio “Arratia” como lo denominamos nosotros sin otro argumento que la obviedad de la única cruz que aún contaba con su inscripción: Alberto Arratia. Está escondido tras un bosque de renovales, a unos 50 metros del arco sur del estadio de Caleta Tortel. Según nuestro chatero[2], el cerco que protege el sitio es nuevo. Antes tenía un cerco de ñire –una madera de vida efímera para la humedad de la costa aisenina- y ahora es de ciprés. -Hará unos dos años que el municipio lo mandó hacer -nos dijo. En estas tierras el ciprés significa eternidad verdadera, resistencia insospechada al humedal de las décadas, de los siglos.
Cementerio familiar es este. Todos, pequeños y adultos, reunidos bajo el mismo cielo en permanente llanto. Valeria al comentarme la existencia de este panteón y sus “habitantes” como los llamó, me dijo también: “Esas personas viven ahí”, pero después se rectificó (quizás pensando que no comprenderíamos aquella metáfora), diciendo que esa gente estaba enterrada allí.
Cementerio familiar es este. Todos, pequeños y adultos, reunidos bajo el mismo cielo en permanente llanto. Valeria al comentarme la existencia de este panteón y sus “habitantes” como los llamó, me dijo también: “Esas personas viven ahí”, pero después se rectificó (quizás pensando que no comprenderíamos aquella metáfora), diciendo que esa gente estaba enterrada allí.
Vista interior cementerio Arratia. La cruz de Alberto Arratia enfrenta la cámara
3 comentarios:
El mundo de los vivos es muy pequeño...
Navegamos a la Isla de los Muertos y al Montt con un Arratia chatero que estaba vivito y coleando.
Gracias por esta entrada y mucha salud para todos...para Arratia por supuesto
Salud a ustedes también! es este el mes en que Chile entero alza copas y saluda lleno de alegría y tristeza: ¡Salud y memoria para los muertos! ¡Salud y memoria para los que vivimos!
Mauro,
Ahora estuve leyendo con calma estas breves crónicas de eternidad, rememorando una conversa que tuvimos cuando aún era un proyecto el libro que terminaste por concretar y mientras manejabas me explicabas hábitos de enterramiento, costumbres de las gentes de allá. Cuando llegué a ese región aluciné con las "animitas" de los caminos. Siento que has urdido una trama entre tu oficio de antropólogo, que es vital y la palabra que es vital, para preguntarte por la muerte, que también -y cuánto-es vital. Me gusta la pregunta "¿Quién es ese tal Temístocles o aquella María (de apellido descascarado)?".
Siempre quedé con una duda. En el Cementario de Coy, había muchas tumbas (entrando a la derecha) que tenían la misma fecha de defunción (hombres, mujeres, niños y niñas. Más qu una familia, un grupo grande. ¿Qué pasó? ¿Un incendio? ¿Una catástrofe natural? Si alguna vez de das una vuelta por ahí y sabes, me cuentas.
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