http://henryprat.club.fr/Volantines.html
A principios de septiembre (en esos años de infancia feliz) observaba cómo mis primos mayores se organizaban para competir en el barrio, casa a casa, cuadra a cuadra, pobla contra pobla. Lo primero era preparar los volantines. Cuando lograban llenar una caja y dejaban algunos “pavos” sobre la mesa, venía la etapa de preparar el hilo curado. Para eso habían juntado durante los meses anteriores botellas de “120” (lo que tomaba el tío tito) y vasos saltados o trizados. Sobre una piedra plana y de superficie alisada por el uso, mi primo molía pacientemente el vidrio resultante de la quebradera de botellas y vasos en la que participábamos todos, porque era una competencia de destreza: apedrear botellas desde unos 10 metros de distancia. El que quebraba más botellas ganaba toda la plata de los demás. El segundo, era merecedor de lo que al primero se le ocurriera comprarle y el tercero o último, recibía dos patadas en la raja de esas que no se olvidan más.
Los trozos de vidrio caían en un recipiente metálico rectangular, del que luego eran extraídos pequeños montones, para molerlos con una piedra en forma de uslero y finalmente el polvillo, entre verde y blanco, iba a parar a un tarro lleno de cola a punto de hervir sobre una pequeña fogata debajo del parrón. La mazamorra se tenía que revolver para lograr un caldo espeso, mas no gelatinoso. Este líquido era vertido después en otro tarro que en la zona del centro tenía dos orificios por donde se había introducido la punta del hilo –del número 0- amarrándola después al carrete de competición. Una vez llenado el tarro con el caldo, mi primo comenzaba a recoger el hilo lentamente, para que se impregnara de vidrio encolado. A mí me tocaba estar atento a tomar la punta final del hilo para anudarla con el hilo del carrete siguiente. Esta operación la realizábamos hasta llenar unos dos carretes de competición.
Las competencias se efectuaban todas las tardes, a la hora en que los viejos dormían y las señoras descansaban después de lavar los platos del almuerzo. El sol comenzaba a bajar, pero aún molestaba cuando el viento tomaba dirección hacia el oeste. En las calles se juntaban grupos de niños, premunidos de cañas, varillas y cuchillas a la espera de volantines a la deriva. Al grito de ¡Ahí va un cortado! todos corrían, saltaban cercos, escalaban paredes, subían a los árboles, trepaban postes de luz a la siga del volantín que vagaba como una pluma cuadrada...
Se sabía que aquel volantín que más tardes seguidas durara en el cielo, contando una semana completa, tendría como recompensa elevarse para el 18 en las competencias del Parque, y sus dueños gozarían de prestigio y respeto hasta la próxima temporada de volantines. Una vez fue mi primo el que logró la hazaña. Y era increíble cómo la fama se extendía a todos nosotros. Cuando acudíamos al negocio de la esquina, nos preguntaban como iba la escuela, qué equipo nos gustaba, si ya teníamos polola y cosas por el estilo. En la panadería salíamos siempre con galletas o pasteles de regalo y en la feria, las niñas se daban vuelta para observar a los chicos del volantín rojinegro. Efraín aprovechaba de aconsejarme: disfruta primo, porque es un año no más de fama. El próximo tendremos que volver a pelear por ella. Ese año tuve al menos 3 pololas y varios encuentros cercanos. Mi primo Efraín desaparecía casi todos los fines de semana y llegaba con una extraña sonrisa el domingo, mezcla de copete y amor.
El 18 de la fama nos levantamos temprano, desayunamos y preparamos nuestras cosas para la competencia. Los carretes, el volantín campeón del barrio envuelto en un cartón, junto a algunos otros que nos servirían para entretenernos mientras se esperaba el turno para competir, los guantes y un poco de plata para la micro, las empanadas, los anticuchos y las bebidas.
Nuestro volantín rojinegro, no alcanzó a durar una hora en los cielos del parque O´higgins. Se fue cortado luego de una dura disputa con un volantín verde y amarillo, con círculos del mismo color en contraste. Era imponente en verdad y sus dueños, que venían de la “Santa Julia” tenían fama de eximios volantineros.
Recuerdo que no nos importó mucho la efímera pasada por el parque. Teníamos la fama en el barrio y la disfrutaríamos el resto del año. En lo que quedaba de la temporada, ganamos plata vendiendo hilo curado. Venían de Lo Hermida, de Macul abajo, de La Villa. Había corrido la voz, desde la Santa Julia, que a los que nos ganaron les costó harto y casi se vieron perdidos. Todos querían probar el hilo, saber la receta para su preparación incluso. Y nosotros nada, porque Efraín nos había exigido que guardáramos el secreto.
Los trozos de vidrio caían en un recipiente metálico rectangular, del que luego eran extraídos pequeños montones, para molerlos con una piedra en forma de uslero y finalmente el polvillo, entre verde y blanco, iba a parar a un tarro lleno de cola a punto de hervir sobre una pequeña fogata debajo del parrón. La mazamorra se tenía que revolver para lograr un caldo espeso, mas no gelatinoso. Este líquido era vertido después en otro tarro que en la zona del centro tenía dos orificios por donde se había introducido la punta del hilo –del número 0- amarrándola después al carrete de competición. Una vez llenado el tarro con el caldo, mi primo comenzaba a recoger el hilo lentamente, para que se impregnara de vidrio encolado. A mí me tocaba estar atento a tomar la punta final del hilo para anudarla con el hilo del carrete siguiente. Esta operación la realizábamos hasta llenar unos dos carretes de competición.
Las competencias se efectuaban todas las tardes, a la hora en que los viejos dormían y las señoras descansaban después de lavar los platos del almuerzo. El sol comenzaba a bajar, pero aún molestaba cuando el viento tomaba dirección hacia el oeste. En las calles se juntaban grupos de niños, premunidos de cañas, varillas y cuchillas a la espera de volantines a la deriva. Al grito de ¡Ahí va un cortado! todos corrían, saltaban cercos, escalaban paredes, subían a los árboles, trepaban postes de luz a la siga del volantín que vagaba como una pluma cuadrada...
Se sabía que aquel volantín que más tardes seguidas durara en el cielo, contando una semana completa, tendría como recompensa elevarse para el 18 en las competencias del Parque, y sus dueños gozarían de prestigio y respeto hasta la próxima temporada de volantines. Una vez fue mi primo el que logró la hazaña. Y era increíble cómo la fama se extendía a todos nosotros. Cuando acudíamos al negocio de la esquina, nos preguntaban como iba la escuela, qué equipo nos gustaba, si ya teníamos polola y cosas por el estilo. En la panadería salíamos siempre con galletas o pasteles de regalo y en la feria, las niñas se daban vuelta para observar a los chicos del volantín rojinegro. Efraín aprovechaba de aconsejarme: disfruta primo, porque es un año no más de fama. El próximo tendremos que volver a pelear por ella. Ese año tuve al menos 3 pololas y varios encuentros cercanos. Mi primo Efraín desaparecía casi todos los fines de semana y llegaba con una extraña sonrisa el domingo, mezcla de copete y amor.
El 18 de la fama nos levantamos temprano, desayunamos y preparamos nuestras cosas para la competencia. Los carretes, el volantín campeón del barrio envuelto en un cartón, junto a algunos otros que nos servirían para entretenernos mientras se esperaba el turno para competir, los guantes y un poco de plata para la micro, las empanadas, los anticuchos y las bebidas.
Nuestro volantín rojinegro, no alcanzó a durar una hora en los cielos del parque O´higgins. Se fue cortado luego de una dura disputa con un volantín verde y amarillo, con círculos del mismo color en contraste. Era imponente en verdad y sus dueños, que venían de la “Santa Julia” tenían fama de eximios volantineros.
Recuerdo que no nos importó mucho la efímera pasada por el parque. Teníamos la fama en el barrio y la disfrutaríamos el resto del año. En lo que quedaba de la temporada, ganamos plata vendiendo hilo curado. Venían de Lo Hermida, de Macul abajo, de La Villa. Había corrido la voz, desde la Santa Julia, que a los que nos ganaron les costó harto y casi se vieron perdidos. Todos querían probar el hilo, saber la receta para su preparación incluso. Y nosotros nada, porque Efraín nos había exigido que guardáramos el secreto.
9 comentarios:
Bello relato. Peligrosa costumbre.
Un abrazo
Pero sabes que no tan peligrosa como las que tienen otros deportes y entretenciones.
yo viví mi infancia en Brasil y tenía amigos que vivían en una favela, muy cerca de mi casa... con ellos hacíamos hilo curado, rompiendo ampolletas y mezclando el vidrio con cola fría... terminaba siempre con las manos llenas de pequeños cortes... no teníamos la información que hoy existe... sí teníamos buenos ángeles de la guardia que nos cuidaron harto de tanta tontera que hacíamos...
tus otros post son muy interesantes! los voy leyendo de a poco...
un abrazo.
Me encantó esta entrada. Como patagona no tuve la costumbre de elevar volantines. En realidad estos se introdujeeron tardíamente en Aysén.Lo malo es que diste la receta del hilo curado y no te olvides que su uso está penado por la ley. Un abrazo.
La ley PENA nuestra alma como nación, Danka. La ley casi siempre aparece a destiempo, trasnochada y sin un sentido claro. El peligro del hilo curado exite, es verdadero, pero una ley que lo prohiba no puede prohibir el conocimiento y la cultura en la que su fabricación y su uso se insertan. No recuerdo nadie que haya sufrido cortes dramáticos en la población donde vivía. ¿qué pasa si nos ponemos a pensar que desde aparecieron más cables en las calles comenzaron los accidentes? La opción existe: cableado subterráneo y cielos limpios para elevar volantines. pero eso en las poblaciones es impensable.
Reci�n ca� con este blog y me encanta. En primer lugar porque me recuerda tus sue�os, algunas conversas, al ni�o Mauro. Acabo de leer esta cr�nica "costumbrista", g�nero que harta falta que nos hace para avivar la memoria con los detalles del mundo que se fue, quiz�s trizado como las botellas de la competencia, pero cuya evo�caci�n nos devuelve al juego, al compa�erismo, a la complicidad, al reto, a la confianza, a la sana competencia. Gracias por esta fiesta dieciochera que me das. Por estos lados a los volantines les dicen barriletes y casi no se ven, el viento primaveral tambi�n es m�s escaso. Concuerdo con lo del peligro. Hay libros que se llaman: diez recetas para el �xito, c�mo ser feliz en pocos pasos, etc., eso lo encuentro m�s peligroso. Felicitaciones por tu p�gina. Un abrazo y, por favor, sigue dic�ndonos c�mo era el mundo en tus ojos de infancia.
Gracias Carolina por tus palabras y tu abrazo alegre a la distancia. Evocar, acicalar la memoria es conservar el mito y quizás en algún momento volver a empezar todo aquello que muchos se empeñan en desintegrar.
mauro
No puedo dejar de evocar por aya por los años noventa los momentos en que mi hermano pequeño corria con una cometa por las pampas de Mallin Grande tratando de levarla lo cual resultaba imposible por la fuerza de los vientos allí reinantes. agradesco la initacion formar parte de dicha sociedad, pero mi pluma no es digna de pertenecer a tan selecto grupo. Si me inetresa de sobremanera la cronica que me prometio y agradesco desde ya si es que la tiene digitalizada remitirlña ami correo electronico: claudiochacano@gmail.com
y gracias por leer mis modestas líneas
Gracias are esa receta para el hilo
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