Una vez vi un ave,
volando.
Su pecho acarició
la salada superficie del Yacaf.
Tornó la vista antes de estrellarse
con la marea que volvía.
Quise arrancarme los ojos
para desaguar esa mirada.
El ave aleteaba en los roqueríos
y no sabía yo si morir o vivir
en la belleza.
Volando se alejó la marea
quedóse inundada y ciega la esperanza.
Las factorías flotantes bamboleaban,
un vacío millonario las mecía
había un hombre que tal vez arrimaba el alma bajo su capa naranja,
lanzaba algo que atrapaban miles de peces encerrados.
El ave dejó de aletear,
pero no de observarme
le sonreí y de este modo, dejó escapar un graznido
que se trepó sobre los arrayanes.
Allí estaban las huellas de otros tiempos,
una familia conversaba
la mejor manera de disponer las valvas
luego de darse el primer festín del día.
(De Ausencia Germinal, 2015)
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