A continuación comparto un apartado especial del libro La Tragedia Obrera de Bajo Pisagua, con tres testimonios recogidos en 2014, en conversaciones sostenidas con descendientes de obreros fallecidos y sobrevivientes de la tragedia. Mi agradecimiento a las familias Cárdenas-Andrade, Hurtado-Barría y Díaz-Monsalves.
Fragmentos de historia oral: recuerdos de
descendientes en Chiloé
A fines de marzo de 2014, fuimos
a Chiloé para conversar con dos personas que nos esperaban para contar lo que
sabían del enganche a río Baker. En Dalcahue estaba la señora Sabina Barría, de
87 años. El contacto lo hicimos por intermedio de su nieto Francisco Hurtado,
que nos escribió en twitter, indicando que su abuela recordaba algo sobre el
Baker. En Castro en tanto, estaba don José Orlando Cárdenas, nieto de uno de
los obreros fallecidos en 1906. Nos contactamos con él también gracias a
internet, pues escribimos a su hijo Orlando, en un foro sobre la Isla de
los Muertos[1]
Mocopulli, abril 2014
Un poco antes de arribar a
Dalcahue, siguiendo el acceso a Mocopulli y antes de llegar al cruce Teguel,
está la casa de la familia Hurtado-Barría. Nos recibió amablemente una hija de
la señora Sabina a quien le relatamos que Francisco nos había dicho que
podíamos visitar a su abuela para conversar sobre el Baker. Nos hicieron pasar
a la casa y allí nos saludó la señora Sabina, ofreciéndonos de inmediato un
gran tazón de leche recién ordeñada, tortillas y mermelada. Así inició la
conversación.
Los recuerdos de la señora Sabina
reconocen el territorio del Baker como el punto al que muchos antiguos viajaron
contratados a trabajar. Pero un brote de viruela –afirma-, provocó una
mortandad grande que incluso alcanzó a varios trabajadores que volvieron vivos
a la isla y después de un tiempo, fallecieron siendo sepultados en tumbas
aisladas en distintos campos del sector de Teguel (entre Dalcahue y San Juan).
“Esa fue una compañía que vino a la madera y contrató la gente y la
llevó pa’ Baker. Entonces la gente se fue pa’ que trabajen la madera allá y después
no sé qué pasó, el año muy frío, le dio viruela, vino el invierno malo y con
eso sonaron. Y vinieron los de Chiloé aquí, volvieron, pero esos no los
sepultaron en el cementerio, de lejos le iban a dejar comida para que coman,
una señora la dejaron ahí para que los atendiera y les llevara comida. Y cuando
morían los sepultaban ahí mismo en el campo. Esto yo se lo oí conversar a mi
padre.”
La señora Sabina recuerda que la
empresa llevó a los trabajadores para faenas madereras, que la zona de trabajo
era el Baker, que la tragedia ocurrió en invierno, un invierno riguroso y que
hubo trabajadores que volvieron vivos, pero enfermos.
El testimonio de la señora Sabina
tiene un elemento que contrasta fuertemente con lo que hasta ahora se ha
esgrimido como explicaciones para las muertes en el Baker: ella afirma que
escuchó decir a sus mayores que la causa de muerte fue la viruela, pues se llevó a varios de los que volvieron al sector donde ella se crió.
Aunque esta causa parece no tener
sustento al compararla con las demás fuentes donde son el hambre y el escorbuto
las causas esgrimidas para explicar la mortandad, es interesante analizarla en
cuanto a su plausibilidad. Chiloé como otras zonas de Chile sufrió importantes
brotes epidémicos de viruela a fines del siglo XIX y principios del XX. De
hecho, es posible leer crónicas de prensa fechadas en 1905, dando cuenta de brotes
en distintos sectores de la isla. La viruela era una enfermedad con clara
presencia en la época de la tragedia y a la cual se le temía sobremanera en
Chiloé. Es posible que los obreros que llegaron enfermos la contrajeran muy
fácilmente debido a su precario estado de salud y fallecieran por acción de
dicha enfermedad, a pesar de haber llegado con otra enfermedad, escorbuto o tal vez disentería, desde
Baker. Tampoco es descartable que obreros de enganches posteriores a Baker
(1906, 1907, 1908) hayan contraído la enfermedad y al retornar hayan fallecido
en sus hogares.
Castro, abril 2014
Don José Orlando Cárdenas nos
recibió en su casa en la ciudad de Castro. Estaba muy emocionado por haber
logrado dar con el dato definitivo de su abuelo muerto en Patagonia. Cuando nos
contactamos con su hijo Orlando, ellos no tenían claridad sobre el nombre del
abuelo. Pero en la lista había una sola opción: Enrique Cárdenas, el único
trabajador con ese apellido que falleció en Baker. Con ese dato, la familia
comenzó a buscar antecedentes en los registros parroquiales y el Registro
Civil, logrando dar con las partidas de bautismo y matrimonio de don Enrique,
el abuelo muerto en Baker. Los recuerdos de don José Orlando reconocen como
fuente del relato a su abuela paterna:
“Desde que mi abuela nos contaba sobre el abuelo, yo quedé con la
inquietud de saber un poco más. Yo ni siquiera sabía cómo se llamaba mi abuelo,
porque el abuelo que yo conocí era otro, un señor Caro. Porque mi abuela ya
cuando no le dieron más esperanza de que mi abuelo iba a volver y que estaba
muerto po, ya le habían avisado que quedó allá nomás, no había modo de traerlo,
no tenían plata, era gente humilde.
Después ya, creo que hicieron trámites para cobrar algo… nada, no le
pagaron ni una chaucha, dice que, ella siempre decía que no le avisaron nada y
no le pagaron nada, como a cualquier otro de esos que llevaron. Y les dijeron
nomás que habían muerto todos de hambre, porque se había roto el barco, el
barco que los llevó después ya no llegó. Así que cuando llegaron allá con el
barco con víveres otra vez ya estaban todo muertos. Así que ahí ni una
esperanza que vuelva, así que ahí se casó de nuevo mi abuela, después yo conocí
al otro abuelo que era de apellido Caro y ahí empezaron los Caro-Cárcamo, los
Cárdenas fueron dos nomás, mi tío Ramón y mi papá que se llamaba Enrique. Y mi
abuelo también se llamaba Enrique, Cárdenas Cárcamo.
Mi abuela se llamaba Manuela Cárcamo y ella contaba que a su marido lo
vinieron a buscar de una empresa, ella no sabía decirnos de qué parte era, pero
que lo llevaron y que le iban a pagar muy bien… una empresa inglesa parece que
era. Y él se fue con su hacha, él era hachero. Y decía mi abuelita que ya no
volvió más po. Y nunca más supo nada, porque no sé si lo contrataron en Puerto
Montt, lo llevaron de aquí parece, no sé si fue de Castro o Chonchi. Él era de
Putemún, una parte que le dicen Putemún, cerquita aquí, de Llau Llau un poquito
más allá. Mi papá en ese tiempo tenía un año, cuando se fue mi abuelo. Según mi hijo Orlando, mi abuelo tendría
31 años cuando se fue y mi papá tenía un año y mi otro tío que era mayor tenía
dos.”
En este testimonio don José
Orlando aporta datos relevantes como que su abuelo era del sector de Putemún;
que era hachero y habría viajado “con su hacha”; que fue una empresa inglesa la que lo
contrató y que bien pudo viajar al sur desde Puerto Montt o haber abordado el
barco en Castro o Chonchi. En el Baker habrían muerto de hambre debido a que el
vapor con alimentos no volvió a ir. La familia habría intentado cobrar el
sueldo o algún tipo de indemnización, pero la empresa no habría respondido.
También menciona que aunque hubiesen querido traer el cuerpo no podían porque
era una familia “humilde”, de escasos recursos económicos.
Nuevos fragmentos de memoria oral en la región de Aysén
Las actividades de difusión de
los hallazgos realizados en la prensa escrita de 1906, generaron gran interés.
Y también sorpresas que han abierto nuevos caminos de investigación desde la
perspectiva de la memoria oral. En uno de los seminarios de historia, identidad
y patrimonio realizado en Cochrane (julio de 2014), una de las asistentes,
Elizabeth Díaz Monsalves, profesional oriunda de Dalcahue (Chiloé) y que
se desempeñó como Trabajadora Social en la Delegación Provincial de Serviu en aquella época, se sorprendió cuando se
presentó el radioteatro “La Tumba de Melchor”, en el que se reproducía la lista
de obreros fallecidos en Baker. Algunos apellidos que escuchaba resonaron en su
memoria, los sintió cercanos, muy cercanos. Llamó a sus padres para preguntar
si en la familia se conocía alguna historia relacionada con el Baker… y
entonces la memoria retornó a su padre, a su abuela y a otros miembros de la
familia. Al día siguiente, Elizabeth nos contaba emocionada que ella había
asistido al seminario motivada por conocer algo más del territorio donde había
llegado a trabajar y se encontraba aquí con un trozo de su historia familiar:
un bisabuelo que junto a su hermano fueron parte del enganche al Baker.
La familia decidió entonces
preparar un viaje a la Isla de los Muertos. El padre de Elizabeth sentía la
necesidad de conocer el sitio donde tantos vecinos y tal vez parientes de sus
antiguos habían sido sepultados. El verano de 2015 viajaron a Tortel y
conocieron el cementerio. A su regreso y en una parada que realizaron en
Coyhaique pudimos conversar con don Héctor Díaz Bórquez, padre de Elizabeth y
nos relato los fragmentos de la historia que le escuchó a su padre y otros
antecedentes sobre su abuelo, uno de los sobrevivientes de la tragedia:
“Cuando me enteré del cementerio Isla de los Muertos y de que había
apellidos conocidos del sector Astillero entre los fallecidos fue igual sorprendente.
Mi hija fue la que se enteró y me llamó y de ahí yo me acordé de lo que contaba mi papá,
que era lo que le había contado su papá a él. Contaba que habían trabajado acá,
habían venido al Baker, siempre se acordaba del Baker, que fue muy… pasaron
mucha hambre ahí, que bajaban balsas de trozos de ciprés por el Baker. Y una de
las cosas que contaba mi abuelo fue que en la rancha que tenían, encontraron
unas sopaipillas no sé cuántos días después, que tenían pelos verdes y esas se
las comían, porque quedaron sin víveres parece. Yo no sé cómo salieron de ahí…
parece que salieron con su hermano pa’ la Argentina, mi papá y su hermano, pero
no tengo claro eso.
Hay un caballero que es descendiente, de apellido Sierpe, él puede
saber algo más, pero no sé si estará lúcido en estos momentos para que cuente
algo de su padre que falleció ahí. Eso contaba mi mamá.
Mi abuelo se llamaba Alejandrino Díaz Mansilla y su hermano se llamaba
Santiago Díaz Mansilla. Con ellos fueron al Baker vecinos y amigos.
Fue impresionante cuando me contó mi hija y era como que tenía un deber
de ir allá, porque aparte yo llevo el nombre de mi abuelo y mi papá vivió en el
terreno de mi abuelo.
Mi abuelo después de lo del Baker parece que no salió más al Sur, se
quedó en su tierra y salía pa’l norte sí. En su campo fue bien progresista en
sus trabajos, sembraba, tenía molino de esos de piedra, tenía sus cositas ahí.
Lo otro que mi papá se acordaba era que cuando iba a trabajar a Valparaíso,
se bajaba en Osorno mi abuelo y se pasaba a comprar un caballo y se venía de a
caballo hasta el canal de Chacao, porque en Osorno habían caballos muy buenos.
Traía uno o dos caballos con su plata que ganaba por allá.
Tenía una historia bien particular mi abuelo porque, es que se había
casado a los 17 años y después enviudó porque su señora falleció en el parto y
después él se fue a trabajar para el norte y entre esas salidas pasó a
inscribirse al servicio militar y lo hizo por Temuco parece…”
En su testimonio don Héctor Díaz
afirma que los obreros pasaron mucha hambre en el Baker y que en una ocasión
habrían consumido “sopaipillas” que encontraron llenas de “pelos verdes” (hongos).
Don Héctor recuerda también que el trabajo desempeñado en Baker era la extracción
de madera, entregando un dato muy interesante: “…bajaban balsas de trozos de ciprés por el Baker.” Este antecedente es coherente con una fotografía que se ha presentado en este trabajo, donde se aprecian balsas de
ciprés y castillos de estacones de la misma madera en el muelle de Bajo
Pisagua.
A partir de los tres últimos
testimonios es posible reconocer fragmentos del relato oral que conservó la
historia de los obreros muertos en Baker y de aquellos que lograron sobrevivir
y volver a su tierra para continuar la vida. Muchos otros fragmentos deben
permanecer aún entre las antiguas familias de los sectores rurales ubicados
entre San Juan y Castro (costa oriental de la isla grande de Chiloé) y también
en isla Quinchao. Todos ellos podrán ser recuperados con un necesario y
exhaustivo trabajo de recopilación testimonial. No importa que sea la tercera
generación la que relate la historia oída a sus mayores, porque aunque de
seguro los relatos presentarán diversos errores, omisiones y lagunas,
entregarán información relevante para completar la historia de esta tragedia
desde la perspectiva de los obreros que la sufrieron y que había presentado ecos aislados pero contundentes décadas atrás como se analizó anteriormente.
Enrique Cárdenas Cárcamo falleció
el 27 de agosto de 1906, fue el obrero nº 27 en sucumbir a la tragedia, según la lista publicada en La Alianza Liberal de Puerto Montt el 11 de octubre de 1906. Los
obreros de apellido Barría y Muñoz fueron varios y algunos regresaron a Chiloé,
falleciendo al poco tiempo como recuerda la señora Sabina Barría.
Alejandrino y Santiago Díaz Mansilla
salvaron sus vidas y regresaron a Chiloé, pero un vecino y futuro pariente que
llegó agonizando a Dalcahue, falleció en la tarde del 2 de octubre de 1906. Era
Juan Díaz Pérez, cuya hermana, Rosa Díaz Pérez se casó con Alejandrino Díaz
diez años después, en 1916.
Mauricio Osorio Pefaur, Coyhaique. 2015
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