el Baker sólo me sonríe y se las traga.
Unos remolinos antiguos sobre su lomo turquesa
juegan a reflejar bosquetes.
Si camino a su lado, trato de emular
la calma
de su viaje hacia la sal.
El Baker se tiende ante la ambigüedad del cielo,
rumorea una historia rizada mientras
juguetea
con enormes troncos
que parecen palillos viejos
de una abuela que ya no teje,
pero sigue con la vista pegada a la ventana.
Afuera, el inexorable cambio de todo lo conocido.
Lágrimas alimentan al Baker entonces
lágrimas que ya no encuentran pañuelos bordados
que ya no encuentran consuelo bordado al agua
de río tranquilo
El gigante aniñado se retuerce
y arriba, ya no cóndores buscando la víscera
helicópteros sí, bajando el ojo experto
para posar la herida total
en el río niño
en el gigante río niño.
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