Mi vuelo es precario, harapiento y maloliente. De lentitud exasperante y muy, muy bajo, como aquellos aviones-bicicleta de alas demenciales. Mi vuelo es de infante asustado, tiritando ante una audiencia que sólo espera reír a carcajadas con las gracias del niño. Despega eso es seguro, pero son diez o cien veces que despega después del tropiezo y de la tierra en las narices. Mi alma recita versos en espasmo implorando más minutos de vida. El vacío de Dios inunda todo el aire, cada micra de silencio y algunas aves que me acompañan, más por piedad que por alegría, graznan un exorcismo innecesario.
Mi vuelo se acomoda a la ausencia soberana entre los azotes de un sol asesino.
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