Escrito hallado sobre una copa de árbol, más o menos a tres metros de lo que fuera tierra
Mi queridísima:
Esta vez no podré cumplir a cabalidad con la tarea que solicitara hace casi una semana atrás. Realmente lo lamento mucho, pues me pareció muy sugerente su propuesta: explorar nuestras emociones en la tragedia. Eso fue lo que entendí. En fin, cada cual entiende según sus emociones.
Los motivos de mi deserción de este trabajo dicen relación con la escasez de todo lo necesario para escribir en estos momentos. No poseo lápices, ni una buena cantidad de papel, ni siquiera mesa y silla que me permitan la posición adecuada para imaginar y luego explayarme sobre las hojas blancas. Todo flota ahora. Al menos todo lo que se salvó del lodo. Navegan objetos y extremidades humanas perdidas, sin un destino fijo, sin una corriente que los traslade a alguna parte. El agua, aunque se mueve (eso es innegable, porque la cajonera de lenga que antes estaba a mi derecha ahora se ha desplazado hacia mis espaldas), parece quieta como la que uno ve en esas lagunitas con patos y junquillos cuando recorre la carretera al sur del Cerro Castillo.
Alcancé a subirme a este árbol no bien había empezado el desastre provocado por la represa, que no soportó más el aumento del caudal, reventándose las compuertas antes que los operarios pudiesen abrirlas controladamente. Todo porque no ha parado de llover desde hace 6 días. Todo porque el calor reinante ha derretido nuevamente gran parte del glaciar. En cuestión de minutos, todo quedó sumergido bajo millones de litros de agua y cientos de toneladas de concreto destruido. Ni siquiera se escucharon gritos de espanto, pues el ronco avance del agua, los depósitos y el cemento prevalecía sobre el territorio.
Este árbol donde vivo hace 4 días, hube de compartirlo con dos personas más, de suerte que en una rápida distribución de la altura me quedé con la copa, mientras mis vecinos (una pareja joven) se quedaban con la zona de inicio de las ramas.
No creo que pueda bajar muy pronto de aquí, porque el agua sigue subiendo y nos hemos dedicado a rogar tres noches con sus cuatro días a que se detenga. Entre las oraciones doy gracias a dios por darme la fuerza para escalar este hermoso árbol. Estoy vivo y eso debe ser suficiente para considerar la idea de mantenerme así.
Como una manera de combatir la locura, recordé su solicitud y comencé a pensar cómo escribirle estas breves líneas. El árbol me ha entregado la respuesta: tiene grandes hojas de un verde pálido, que serán mi papel querido. Y la tinta la he obtenido de sus frutos oscuros y jugosos, que además nos han servido de alimento, aunque se van acabando al ritmo de nuestro desesperado consumo y estimo que no durarán más allá del miércoles, porque además ocupo una buena cantidad para redactar estas líneas. Los tallos de las hojas me sirven de improvisadas plumas, pues terminan en una punta fina y absorbente que al untarse en la tinta se hincha graciosamente y mientras escribo se va vaciando de suerte que como se dará usted cuenta las palabras juegan al gordo y al flaco durante toda esta carta.
Tengo un poco de frío y creo estar algo afiebrado. Preciso descansar, dormir un poco. Mañana si el agua ha calmado su movimiento, decidiremos si bajamos en busca de alguna orilla que nos permita acceder a lo que queda de tierra en este valle destruido. Creo que caminando hacia el norte, llegaremos a zonas más bajas y acogedoras, según lo que hube de distinguir desde mi actual hogar, la copa de este bello árbol de hojas verde agua.
Mi queridísima:
Esta vez no podré cumplir a cabalidad con la tarea que solicitara hace casi una semana atrás. Realmente lo lamento mucho, pues me pareció muy sugerente su propuesta: explorar nuestras emociones en la tragedia. Eso fue lo que entendí. En fin, cada cual entiende según sus emociones.
Los motivos de mi deserción de este trabajo dicen relación con la escasez de todo lo necesario para escribir en estos momentos. No poseo lápices, ni una buena cantidad de papel, ni siquiera mesa y silla que me permitan la posición adecuada para imaginar y luego explayarme sobre las hojas blancas. Todo flota ahora. Al menos todo lo que se salvó del lodo. Navegan objetos y extremidades humanas perdidas, sin un destino fijo, sin una corriente que los traslade a alguna parte. El agua, aunque se mueve (eso es innegable, porque la cajonera de lenga que antes estaba a mi derecha ahora se ha desplazado hacia mis espaldas), parece quieta como la que uno ve en esas lagunitas con patos y junquillos cuando recorre la carretera al sur del Cerro Castillo.
Alcancé a subirme a este árbol no bien había empezado el desastre provocado por la represa, que no soportó más el aumento del caudal, reventándose las compuertas antes que los operarios pudiesen abrirlas controladamente. Todo porque no ha parado de llover desde hace 6 días. Todo porque el calor reinante ha derretido nuevamente gran parte del glaciar. En cuestión de minutos, todo quedó sumergido bajo millones de litros de agua y cientos de toneladas de concreto destruido. Ni siquiera se escucharon gritos de espanto, pues el ronco avance del agua, los depósitos y el cemento prevalecía sobre el territorio.
Este árbol donde vivo hace 4 días, hube de compartirlo con dos personas más, de suerte que en una rápida distribución de la altura me quedé con la copa, mientras mis vecinos (una pareja joven) se quedaban con la zona de inicio de las ramas.
No creo que pueda bajar muy pronto de aquí, porque el agua sigue subiendo y nos hemos dedicado a rogar tres noches con sus cuatro días a que se detenga. Entre las oraciones doy gracias a dios por darme la fuerza para escalar este hermoso árbol. Estoy vivo y eso debe ser suficiente para considerar la idea de mantenerme así.
Como una manera de combatir la locura, recordé su solicitud y comencé a pensar cómo escribirle estas breves líneas. El árbol me ha entregado la respuesta: tiene grandes hojas de un verde pálido, que serán mi papel querido. Y la tinta la he obtenido de sus frutos oscuros y jugosos, que además nos han servido de alimento, aunque se van acabando al ritmo de nuestro desesperado consumo y estimo que no durarán más allá del miércoles, porque además ocupo una buena cantidad para redactar estas líneas. Los tallos de las hojas me sirven de improvisadas plumas, pues terminan en una punta fina y absorbente que al untarse en la tinta se hincha graciosamente y mientras escribo se va vaciando de suerte que como se dará usted cuenta las palabras juegan al gordo y al flaco durante toda esta carta.
Tengo un poco de frío y creo estar algo afiebrado. Preciso descansar, dormir un poco. Mañana si el agua ha calmado su movimiento, decidiremos si bajamos en busca de alguna orilla que nos permita acceder a lo que queda de tierra en este valle destruido. Creo que caminando hacia el norte, llegaremos a zonas más bajas y acogedoras, según lo que hube de distinguir desde mi actual hogar, la copa de este bello árbol de hojas verde agua.
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