El alma no crece como las plantas. Debe soportar las alegrías y las
tristezas así, de un tamaño dado. El alma se ensancha hasta reventar
casi, con aquella hija que encuadra el mundo en la belleza. O se expande
con las que a tu lado van creciendo junto a las plantas de la casa,
sobre el sol extienden su propia luz. Y por fin el alma se hace trizas
con un leve y sonoro balbuceo del hijo que juega sobre sus pies
temblorosos en los primeros pasos.
El alma no crece como las
plantas, pero está ahí, latiéndonos, explotando y de nuevo volviendo
sobre su memoria alada, más alma, indefinible y certera.
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