Toda el agua que puedas beber –me dijo- y nunca más me habló. Tomé la botella, la llené como pude y me dispuse a beberla con urgencia. Él en tanto tomó distancia, corrió ligero y voló junto a la cascada. Yo no alcancé a tragar el amargo líquido. Ya todo estaba enrojecido, cielo y laguna, bosques, valles, escoriales.
Enrumbé por la huella y doscientos metros más allá, oriné sobre la suave superficie del río. Recuerdo que también lloré.
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