11 mayo 2008

Erradicación

La población completa se fue. Más bien la arrancaron a camionadas militares de su sitio. Y quedé solo nuevamente. El polvo agrio que inundó la tarde se disipaba entre las luces de los autos que cruzaban por mis ojos. Deambulé horas entre los escombros, entre las cabezas arrancadas de muñecas baratas, los restos de ropa de tercera o cuarta mano, los pozos negros colapsados, las fonolas quebradas, las maderas arrancadas de cuajo de la tierra. Recorrí en silencio aquel furúnculo negro que se había pegado por décadas al rostro juvenil de la comuna más delicada de la capital.

Llegué cansado a casa, hediondo y hambriento. Llegué también haciendo arcadas, con dolor al pecho y un pañuelo mojado de sudor y lágrimas. La población nunca más estaría allí, frente a mi memoria, a mis mañanas, nunca más mi población abierta a ese cariño de viejos buenos, sentados en un sillón de micro tomando vino con harina.

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