Salir de madrugada ya no me agrada. Antes, era una aventura, una puerta a ver la ciudad dormida bajo faroles y neones. Siluetas que aparecían y desaparecían al son de la luminaria pública. Vehículos que rondaban hambrientos la noche. Antes.
Hoy salí de madrugada con un nudo en la garganta. Salí, con el sueño pegado, pero más que eso, con la ausencia adherida más que nunca en la carne, haciendo daño, lacerando.
La noche aparecía llena de estrellas informes que rozaban los techos de la ciudad. Estrellas desabridas. Hoy.
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