Cada vez que escucho una nota o crónica relativa al caso de fraude y robo realizado por la empresa La Polar, recuerdo una vez en que camino al paradero de micros cercano a la casa de mis padres, pensaba: ¿Cómo podría terminar el capitalismo extremo en que nos encontrábamos atrapados? Era 1990 recuerdo. Y como muchos pensé que una opción, tal vez la más dolorosa y dramática era que ese mismo Capitalismo reventara por su propio juego, es decir, llegara al nivel en que sus prácticas fueran a tal grado deleznables que la explosión fuera inevitable.
Hoy, cada vez que escucho y veo cómo el capitalismo chileno muestra a diestra y siniestra su rostro desfigurado por la ambición, se me hace más real aquella idea de explosión que imaginaba hace años atrás.
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