ADIABÁTICA deIvonne Coñuecar Araya
02-12-09
Buenas tardes. Agradezco la invitación que Ivonne me hizo hace dos semanas atrás para que presentara su segundo libro. Cuando leí Catabática, su primer trabajo, me sorprendió su poética del cuerpo y del territorio: muy lejos del canto a la maravilla del paisaje, muy cerca del canto al dolor y al desgarro compartido entre el cuerpo del hablante y el cuerpo-territorio que acompaña a sus gentes por los derroteros de todas las tierras.
Ivonne Coñuecar es una poeta directa, plagada de un silencio amplio, pero que resuena con una poética poderosa. Que se engulle las normas de la academia, para hablar por sí misma con ese alimento y también con el que a grandes bocados consumió en la tierra propia, sin intérpretes, sin filtros, sin pedir permiso.
Nace en 1980 y aquí en Coyhaique se cría, agarrada a la tierra que la perfiló, la esculpió, la venteó entera de niña y adolescente.
Ivonne emigra por estudios, por alimentarse de academia, para alimentarse con esa sopa espesa que se bebe en la academia. Estudia periodismo y se titula de tal. Y sigue bebiendo ahora en un Magíster de literatura hispanoamericana Contemporánea. Sigue bebiendo academia, pero pensando a contrapelo de ella, bebe conocimiento para enfrentar conocimiento.
Ivonne emigra con una poética aprisionada en la provincia, y allá en el norte, ese norte construido por la provincia, la despliega con poderosa confianza en un proyecto escritural de largo aliento.
Nace de todo ello y más la trilogía que pido a ella nos comente mejor más tarde. Trilogía costurada a la Patagonia, a su propia piel, a su alma.
Catabática inicia este proyecto hablándonos del desarraigo y del arraigo adolorido por la conciencia del propio desgarro de su tierra, de su familia, por la conciencia de que la construcción está en el acto de escribir-se recomponerse el cuerpo fragmentado, el territorio. Acto político de escriturar el retorno.
Adiabática nos habla ahora de la apropiación sin concesiones de su trozo de Patagonia a pesar de Patagonia, del país y del pequeño pueblo-familia que dice, que quiere, que cree, que habla y que ignora.
Nos habla desde una condición de huerfanía, asumida, casi diríamos cultivada desde dentro, regada por la contingencia de las historias familiares, y la creída poderosa contingencia de la transición inexistente.
La mirada adiabática descorre desde el extraño y lejano sur la ropa sucia de un país que no ha logrado ser nada, que se ha llenado de arreglos, creyendo que no nos damos cuenta, creyendo que no pensamos, creyendo que no nos haremos cargo. Descorre también desde las calles ingenuas y ochentenas, bucólicas y cuchicheras esa región vasta y postal, para reivindicar su profunda marca cultural en las gentes que la habitan: una marca cultural que las hace solas, impermeables y de una calidez brava y cortante.
Mi casa tiene unas manos que entran por todos lados / por las rendijas y las sombras / unas manos sin brazos y sin cuerpo hurguetean mi casa costra / mi casa sangre…
La poeta construye un hablante que respira en el encierro, que comunica desde el encierro, salpicando a todo y todos, salpicando una verdad y no. La propia historia superpuesta a las 2 últimas décadas del siglo XX donde el país se pretende saliendo de una dictadura, se pretende instalando una democracia, pero nada de eso. Se debe seguir entonces en una construcción aislada, tapiando todos los poros de la membrana realidad, para así intentar la comunicación verdadera, en el silencio más puro, en el silencio del viento rasante, del cielo abierto, de la nieve cayendo, de la modernidad metálica instalándose sobre cimientos de desmemoria.
ADIABÁTICA, Ediciones Kultrún, 2009. Valdivia, Chile. 55 páginas
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