Papá riega su huerta imposible y bella.
Los damascos
se sostienen apenas
puestas de sol apretujadas entre las hojas.
Anochece.
El tráfico no se detiene
en esta esquina,
que hace cuarentaycincoañosservíadearcoenlapichanga.
De repente
resuenan
las risas del antiguo barrio,
las naciones,
la pinta,
la pelota.
La vecina que a todos nos gustaba
vuelve a sonreír
mientras extiende su mano
sobre nuestras cabezas.
Anochece.
La memoria inventa y sueña
el mundo que ya no existe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario